Implosiones
El comienzo de Ginger y Rosa es prometedor. Apenas iniciado surgen ante nuestros ojos imágenes del año 1945 referidos a la bomba atómica de Hiroshima. El impacto del visionado de ese terrible y trascendental acontecimiento no es casual, ambas niñas nacen en ese año, y diecisiete años después, su amistad continúa impávida durante la escalada nuclear de la crisis de misiles de Cuba en el apogeo de la guerra fría.
Las dos chicas deambulan con su adolescencia a cuestas. Ginger (Elle Fanning, la hermana menor de Dakota) ve con ojos ansiosos a la resuelta Rosa (Alice Englert, la de Hermosas Criaturas) y no puede dejar de acompañarla en cada una de sus deseos. Ginger se encuentra atravesada por la situación mundial, para ella la destrucción del mundo está más cercana que nunca y cree en el poder del activismo político para poder revertir la situación. Rosa se considera un espíritu libre y deja todo en manos de Dios a través de un catolicismo conveniente y sin convicciones reales. Ambas adolecen en medio de familias partidas. Rosa sin padre (los abandono en su infancia) y Ginger con un padre (Roland) cada vez más distante de su madre (interpretada por la voluptuosa Christina Hendricks). Tanto Fanning como Englert cumplen con sus papeles, la primera con su rostro fotogénico y con una mirada que parece no abandonar la infancia y la otra, con un personaje determinado y sensual.
Roland es el detonante para el desarrollo de la historia, él representa el patrón a seguir por Ginger (personaje que se va desmoronando hacia su interior). Su padre pregona una actitud contra las estructuras sociales que le sirve como perfecta excusa para comportarse como desea. Por eso su comportamiento resulta en más de una ocasión desconsiderado hacia su familia y, aunque se escude dentro de su búsqueda de libertad, es de una evidente cobardía. El papel interpretado por Alessandro Nivela (Jurassic Park 3) resulta seductor porque da margen para que dudemos de esas convicciones de las que tanto hace gala. Nunca logramos desentrañar que es lo que pasa por su cabeza.
Durante la hora y media que dura Ginger y Rosa vemos como la amenaza atómica domina la escena de la turbulenta relación de las amigas. Sirve como estructura y referencia, pero todo lo que se ve en pantalla suena forzado, con una carga de emotividad que encuentra su lugar en las imágenes pero que se pierde en la palabra. Las situaciones se ven venir tanto como su intención, dejando la sensación de una falsedad construida por frases calculadas para el drama. Una buena puesta en escena (con una bella banda de sonido) por parte de la directora Sally Potter que no logra escapar a un predecible viaje iniciático donde se muestra que el pasaje a la madurez está cargado de dolor y decepción, ponderando una explosión que cuando llega, no es digna de arrasar con todo.