Sin magia para el tono
Muchas cosas no se pueden enseñar ni aprender en el cine, no se trata del talento innato sino del sentido del tono. Tal característica es intangible a un nivel que no puede transferirse y que en varias oportunidades su detección tampoco garantiza un análisis asertivo. El tono es una brújula bien calibrada. En Giro de ases no hay brújula, el caos se ve en el horizonte por detrás de lo que sucede narrativamente en el plano de las acciones y los diálogos. El comienzo augura una película de corte familiar, al estilo live action de Disney, por su intento de ternura puesto en el protagonista que, de niño, descubre el amor por los naipes. De adulto lo vemos como croupier de un casino (uno que la puesta de cámara se ocupa de mostrar bien su nombre en un plano) en un día normal, en el que los jugadores tratan de aprovecharse para ganar en el blackjack.
La escena permite entender que el mundo extraño de los casinos, sus lugares comunes y los personajes que lo habitan no aparecerán porque el interés de la película se halla en las peripecias del personaje y su búsqueda de lograr confluir su talento con el trabajo. Martín tiene un don; su foco no está puesto en las cartas ni en el mundo del casino sino en la magia, pero la interpretación de Juan Grandinetti no es una interpretación. Solo se para en su marca y recita los diálogos, de la misma manera en la que lo hacía en La maldición del guapo (un estreno de semanas anteriores). No hay posibilidad de empatía por él; el elenco que lo rodea parece sacudirlo para que exprese un sentimiento pero es en vano. En ese aspecto se apoya gran parte de los problemas de tono de la película.
En el camino de Martín hay una separación, encuentros con personajes de la magia. Incluso la presencia del mago Henry Evans (que atraviesa toda la película) no parece mover la aguja interpretativa de Grandinetti. La senda del relato tampoco ofrece ondulaciones o curvas narrativas; todo sucede por automatismo y el primer punto de inflexión tarda en llegar, más para una película que dura menos de una hora y media. El tono Disney regresa a la trama en un puñado de escenas, con efectos especiales muy logrados pero algo extraños para una película que se arrastraba entre el drama y el romance bajo una cadencia de reposo, propio de otra clase de películas. Las subtramas que se suceden en el local de magia de Mariana (Thelma Fardin, la mejor de todo el elenco) son las más seductoras pero poco se profundizan, más bien se desvanecen por culpa de Grandinetti, quien hace un esfuerzo encomiable por interactuar con sus compañeros. La pata fantástica (otro ingrediente para formar un tono posible) tiene su costado vergonzoso en la línea de un verosímil endeble que se aprecia en la escena del juego en la calle, en la que un estafador capta víctimas para que adivinen donde está una carta particular. Un escenario común para Hollywood pero no para Buenos Aires. ¿Cuántas veces se vio a alguien jugando a adivinar cartas en una calle oscura en el medio de la noche y con dólares? La escena es además larga en sus tiempos internos, que colaboran a pensar en esta fallida suspensión de la credibilidad; como contrato tácito que los espectadores firman al ver una película. Giro de ases es bien intencionada en presentar una historia sobre una comunidad de magos, ilusionistas y demás personajes de ese mundo, pero sus ejecuciones derriban como un soplido a esas cartas que en los papeles parecían bien ubicadas.