La calidad de un cineasta no se ve sólo en sus mejores películas sino también en las menos logradas y en las fallidas. Si a alguien se le puede aplicar esa sentencia es a M. Night Shyamalan, autor de maravillas como Sexto sentido, El Protegido, Los huéspedes o Fragmentado y perpetrador de bodrios como El último maestro del aire o Después de la tierra.
En Glass, el director indonorteamericano intenta fundir en una sola historia los argumentos de El protegido y de Fragmentado, que no estaban pensados originalmente para integrar un saga (salvo la simpática escena final de la última) y componer con ellas una especie de gran fresco sobre los superhéroes y los villanos.
Los tres personajes principales de esas películas, el indestructible David Dunn (Bruce Willis), el hombre de los huesos de cristal, Elijah Price o Mr Glass (Samuel Jackson), y el psicópata de múltiples personalidades (James McAvoy) son encerrados entre las paredes de un mismo neuropsiquiátrico. En ese escenario, se va desarrollar la complicada trama de Glass.
La pregunta que subyace al proyecto de Shyamalan es ¿qué constituye a un superhéroe? El director ya la había respondido de forma implícita y elegante en El protegido: la mirada de los débiles. Pero no deja de ser una marca de su ambición artística que intente encontrar una nueva respuesta, más amplia, más cósmica.
Pero el precio que paga es altísimo: malogra lo que pudo haber sido otra película maravillosa. ¿Por qué? Porque Glass tiene tanta teoría que resulta imposible llevarla a la práctica y traducirla en acción y en narración. Podría decirse que Shyamalan piensa en voz alta a través de sus personajes y genera en ellos un exceso de conciencia, como si estuvieran más afuera que adentro de la historia.
En El protegido, había un solo teórico, el personaje de Mr Glass, los demás, David Dunn y su hijo, actuaban de un modo confuso y melancólico, guiados por sus afectos y sus intuiciones. En Fragmentado, había una sola teórica, la psicóloga interpretada por Betty Buckley, y los demás (el psicópata y su víctima, Casey Cooke) actuaban guiados por su locura o instinto de supervivencia.
En Glass, en cambio, hay demasiados teóricos, es decir personajes que tienen una noción definida de lo que significa ser un superhéroe, crean o no en esa figura de cómic. Se los puede contar: una nueva psicóloga (Sarah Paulson), el propio Glass, su madre, el hijo de David Dunn y Casey Cooke.
No es raro entonces que la película quede desequilibrada y la exposición de ideas supere a la acción, tanto física como dramática. El resultado es una historia gélida, un artificio mental, con algunas trampas ingeniosas y algunos mecanismos secretos, sin dudas, pero incapaz de transmitir las emociones que contiene dentro de sus tubos de ensayo.
La otra película, la historia que estaba en el interior de la historia que Glass nos cuenta, se vuelve visible en algunos escasos momentos (el vínculo entre David Dunn y su hijo, entre Glass y su madre y entre la joven Casey Cooke y el psicópata), pero desaparece enseguida y, como a esos nenes que los hacen callar o los mandan a dormir, se queda con las ganas de mostrarnos algo realmente bueno.