El mundo de M. Night Shyamalan supo tener, incluso en sus películas más fallidas –la mayoría–, alguna idea visual. Supo generar y mantener, también, una idea más o menos interesante de suspenso. Un suspenso clásico, construido a partir de un buen manejo del fuera de campo. Ese fuera de campo enuncia una pregunta sobre el universo que se nos presenta, una pregunta que acusa a ese mundo de estar escondiéndonos algo. El resultado es que mientras esa pregunta no se responda, un mundo cuyo realismo pende de un hilo. La incertidumbre, la ambigüedad con respecto a la resistencia de ese hilo, es lo que nos mantiene expectantes, lo que nos hace seguir mirando. Como un truco de magia, sin embargo, en el momento en el que la pregunta se responde nuestro interés cae estrepitosamente. Una pregunta sin respuesta es atractiva porque las posibilidades son infinitas. Ninguna respuesta va a estar jamás a la altura de esa infinidad de posibilidades.
La pregunta de una película genera suspenso porque presenta una amenaza sobre el mundo conocido. La idea de que las cosas no son realmente lo que parecen supone un ataque a nuestras creencias y a nuestra percepción de las cosas. El mayor pecado de Shyamalan es creer que la respuesta a la pregunta es tan interesante como la pregunta en sí misma. Para colmo, en muchos casos, la respuesta (que funciona como el famoso plot twist de la película) debería ser, en realidad, el desencadenante real del conflicto. Es decir, el giro del final, en su intención de resignificar toda la película, lo que realmente hace es volverla obsoleta. Por ejemplo, en La aldea pasamos casi la totalidad de la película acompañando al personaje de Bryce Dallas Howard a medida que intenta escapar de una aldea que es continuamente atacada por una especie de hombres-lobo. El giro del final, la revelación de que no estábamos en el siglo XIX sino en el siglo XXI y que las bestias eran muñecos que los mandamás de la aldea usaban para impedir que nadie escapara y encontrara el mundo real, es lo que realmente desafía las creencias del personaje principal. El conflicto de la película, del personaje, empieza ahí, pero apenas quedan unos pocos minutos de película.
Tanto en Fragmentado como en El protegido se nos presenta un mundo aparentemente realista, con reglas y códigos conocidos, pero amenazado por la posibilidad de lo sobrenatural. En ambas películas lo sobrenatural se confirma en el comienzo del tercer acto, respondiendo la pregunta fundamental de la película y, por lo tanto, arruinando el misterio. Pero sucede una cosa más: el verosímil de la película entra en crisis. En general, la irrupción de lo fantástico es el desencadenante del conflicto, no el comienzo de su resolución. El hecho de que irrumpa tan tarde hace que sea difícil de creer porque estuvimos la mayor parte del relato creyendo que las reglas de ese universo eran otras, reglas que el propio universo manifestaba. Esto no quiere decir que no se pueda hacer bien: hay casos (Del crepúsculo al amanecer o The World’s End) que juegan a esto y, en mayor o menor medida, salen airosas del experimento. El riesgo es muy grande igual, e incluso en los casos victoriosos muchos espectadores se sentirán traicionados. El problema está en que en esos casos lo sobrenatural no asomaba, no era un interrogante, la película iba por otro lado. Entonces, paradójicamente, el quiebre es tan fuerte y violento que parece más fácil aceptarlo (ayuda mucho, además, el tono y el género de cada película). Sobre todo porque, como la película se mueve en otra dirección, la irrupción de lo sobrenatural funciona solo como un dispositivo más de guion que desafía al personaje, sin transformarse en la pregunta de la película.
Fragmentado sufre particularmente este problema. Con el paso de los años, las ideas visuales de Shyamalan se fueron agotando y cada vez es menos lo que se puede rescatar de su filmografía. Si El protegido funcionaba porque el fuera de campo operaba continuamente en la película desde la posición en la cámara, la iluminación y el montaje, insinuando que las teorías descabelladas de Glass sobre los superhombres podían ser ciertas, en Fragmentado no hay nada de esto. La película se presenta como un thriller realista en la que la única insinuación de lo sobrenatural parte del diálogo expositivo. Lo único que plantea la existencia real de que puede haber cambios físicos extraordinarios en un individuo con personalidad múltiple es la creencia de un personaje sobre el tema. El resto de la película y del universo que representa es absolutamente ordinario. Esto no es un problema en sí mismo. De hecho, funciona en tanto establece un horizonte claro en la película, un misterio a develar, una amenaza. El problema es que, al tratarse únicamente de la teoría de un personaje que no está reforzada por elementos genuinamente cinematográficos, cuando lo sobrenatural efectivamente irrumpe la sensación que queda es la de un relato inconexo, frankensteiniano, como si de una película pasáramos a otra sin solución de continuidad. El realismo, que pendía de aquel hilo formado por el fuera de campo, se rompe. La pregunta se responde y resulta mucho menos efectiva de lo que hubiera sido mantener la ambigüedad hasta las últimas consecuencias.
Corte a Glass. Hay un problema en la película que parte de su propia naturaleza: por más que Shyamalan se convenza a sí mismo de lo contrario, esto no es una trilogía. Glass no es una tercera parte, es la segunda parte de dos películas distintas al mismo tiempo. Dos películas que, más allá de una conexión desesperantemente superficial al final de la segunda, eran absolutamente independientes entre sí. Dos películas que hablaban de cosas distintas y cuyos personajes lidiaban con conflictos distintos. El protegido presenta dos personajes opuestos: uno cuyos huesos se rompen como vidrio, otro cuyos huesos son indestructibles. Uno cree que es el villano y que el otro es el héroe. En Fragmentado ambos personajes son víctimas de abuso y lidian con él de maneras opuestas (la violencia extrema versus el retraimiento). El conflicto de Kevin Wendell Crumb (James McAvoy) no tiene que ver con el conflicto de David Dunn ni con el de Glass. Querer sacar una secuela de ambas películas a la vez es tan ocurrente como querer sacar una secuela de Volver al futuro y de Jurassic Park al mismo tiempo. La conexión es meramente superficial.
Ahora bien, indudablemente existe una Glass hipotética que es mejor que la versión que finalmente nos llegó. Más allá de su problema fundacional, todo lo demás está mal. Su estructura es inaprehensible y el verosímil es completamente insostenible (esto no sorprende si se tiene en cuenta todo lo dicho). Los actores están obligados a enunciar líneas de diálogo que solo sirven para justificar la existencia de la propia película y no para hacer avanzar ningún tipo de conflicto. No hay un solo plano interesante en la película y cualquier idea interesante que Shyamalan supo tener hace veinte años brilla por su ausencia. La película dura más de dos horas y durante la primera hora y media no se sabe de qué se trata.
Otro problema: tanto El protegido como Fragmentado responden fehacientemente las preguntas correspondientes a cada película. Dunn es sobrehumano y La Bestia existe. Por lo tanto, el atractivo fundacional de esas películas ya no está. No creo que haya películas imposibles de hacer, creo que toda idea puede ser, eventualmente, una buena película. Pero Shyamalan no encontró la manera de imprimirles un nuevo interés a sus personajes y decide que la primera hora de Glass se trate de (literalmente) convencer a los protagonistas de que todo lo que pueden hacer es producto de su imaginación. La película intenta, literalmente, reinsertar el misterio en los personajes, hacernos dudar de lo que ya sabemos, en un intento burdo y perezoso de que los protagonistas nos interesen de nuevo. No voy a decir nada del final, no porque no quiera arruinárselo a nadie, sino porque es un disparate tan gratuito y pobremente ejecutado que no estoy del todo seguro cómo describirlo.
Creo que Shyamalan, en un intento desesperado de que lo tomen en serio, se terminó tomando a sí mismo y a sus ideas demasiado en serio. Glass es el producto de un niño delirante que se preocupa más por ser ingenioso que por detenerse a pensar si realmente hay algo de ingenio en lo que dice. Se convirtió, básicamente, en un estudiante de cine.