El mesías de los rotos
Luego de lograr la primera manifestación de La Bestia, La Horda sigue intentando replicar el ritual para que vuelva a suceder y consiga un lugar más permanente controlando la luz, como la llaman las 24 personalidades que habitan el cuerpo de Kevin Wendell Crumb (James McAvoy) al estar al mando.
Para eso sigue secuestrando adolescentes que sirvan como sacrificio ritual. Pero durante su tercer intento, David Dunn (Bruce Willis), que lleva más de una década aplicando su forma clandestina de justicia, logra rastrearlo hasta el edificio abandonado que usa como refugio, enfrentándose a La Bestia. Ninguno logra imponerse claramente sobre el otro, hasta que son interrumpidos por la policía y capturados.
Ambos son llevados a la misma institución psiquiátrica donde está internado Mr. Glass (Samuel L. Jackson) desde que David lo entregara a las autoridades por causar varios atentados. Allí los tres quedan bajo la atención de una doctora especialista en lo que ella define como un trastorno por el cual gente común se cree con habilidades superhumanas. Claramente lleva bastante tiempo investigándolos y conoce cada detalle de sus vidas, junto a sus supuestas habilidades y debilidades, conocimiento qué utilizará para intentar convencerlos de que no hay nada de especial en ellos.
Por supuesto, es justamente Mr. Glass el más firme en demostrar lo contrario; después de todo se convirtió en asesino en masa para conseguir pruebas de que efectivamente existe gente extraordinaria en el mundo. Y después de años en un estado de semi-inconsciencia farmacológica, alguien tuvo la genial idea de quitarle las drogas para ponerlo en la misma sesión de terapia que David y la Horda.
La hora de los villanos
El estreno de Fragmentado ya había provocado suficiente impacto incluso sin contar esa inesperada escena final que la conectaba con El Protegido, quedando en el recuerdo como una de las mejores películas de ese añoy rescatando una primera parte que (aunque había sido bien recibida) no era de las más populares, quizás por los quince años en el medio que seguramente tuvieron que ver con el derrape que sufrió la carrera del director en ese tiempo. Ya en aquel momento había rumores de planes para una secuela que nunca se concretó, por lo que cuando finalmente se confirmó el regreso de los dos antagonistas originales compartiendo pantalla con La Horda, se generó una justa expectativa.
La premisa planteada es más que interesante. Es lógico suponer que si de la nada aparecen superhumanos en el mundo que cuestionen las leyes de la realidad consensuada, la primera reacción de la gente común sería dudar y tratarlos de locos, esperando que fueran encerrados y estudiados para tranquilidad de todos.
La doctora que los interna (Sarah Paulson) tiene la misión de encarrilar a cualquiera que crea que pueden existir estos seres extraordinarios; para lograrlo tiene carta blanca de usar cualquier método que considere necesario. Y ese será uno de los ejes principales de Glass, que en el fondo suena mejor de lo que termina siendo.
La voluntad de compartir el protagonismo en partes semejantes pero a la vez centrar en Mr. Glass lo más importante de la trama, logra que en la práctica ninguno de los tres personajes tenga espacio para desarrollarse mucho, por lo que no aprendemos nada nuevo ni se producen cambios en ellos. Hasta las múltiples personalidades de Kevin, que alcanzaron para sostener con un único actor a toda una película, en esta secuela se convierten en un gimmick, un chiste que repite varias veces sin mucho contenido, porque si bien es relevante para el tema de la película está insertado de tal forma que no tiene mucho para aportar.
Peor la pasan los personajes secundarios, cada cual traído como acompañando a uno de los protagonistas para explicar lo que quedaría demasiado obvio que dijeran ellos mismos; y ya de por sí explican con palabras más de lo que hace falta, más de una vez.
Las películas de M. Night Shyamalan suelen tener -además de un cameo del director y un intento de sorpresa obligados- una propuesta visual con alguna particularidad que aporta o complementa a lo que está queriendo contar. En el caso de Glass todo esto es bastante más difuso o genérico, y aunque queda lejos de estar mal ejecutada cuesta considerarla destacable, o al menos un crecimiento sobre la película anterior.