El vaso de vidrio medio vacío.
Hace dos años, con el estreno de Fragmentado, el director del film sorprendía al final del mismo unificando la historia de Kevin (James McAvoy), un sujeto desequilibrado que posee 24 personalidades diferentes, con la de David Dunn (Bruce Willis), el hombre prácticamente indestructible que tiene al agua como única debilidad, protagonista del film del 2000, El protegido. Aquel film de la temprana carrera de M. Night Shyamalan, en una época donde no existía el furor por el cine de superhéroes, supuso llevar a tierra la mística de los personajes de historietas. El director volvía real a estos personajes con la mirada dramática que los envolvía.
Hoy en día, con un género de acción sobreexplotado que narra las grandes hazañas de personajes que saltan del papel a la pantalla, Shyamalan incorporó la idea de universo compartido sin querer quedarse atrás. Esto tiene por resultado a Glass, la promesa de una conclusión y enfrentamiento final que pondría frente a frente a los protagonistas de sus films anteriores. Pero, como muchas veces ocurre, las promesas no se cumplen.
Hace tiempo que el director de grandes obras como Sexto Sentido y La Aldea no posee ni el talento ni la originalidad que le supo otorgar reconocimiento en su momento. Pero puede decirse que con Los huéspedes y Fragmentado comenzaba lentamente a encarrilar sus problemas creativos, problemas que lejos de desaparecer se hacen presentes una vez más con Glass, un film que termina valiéndose del atractivo que resulta de la unión de estas distintas historias antes que por su valor intrínseco. Su comienzo es llevado por buen camino, donde se atestigua una imponente batalla entre David y el superhumano “La bestia” (la personalidad de Kevin con súper fuerza y habilidades animales) y también se puede apreciar rápidamente la vida y las decisiones que llevaron a David a seguir siendo un justiciero vigilante con la ayuda de su hijo Joseph (Spencer Treat Clark). Pero a medida que uno se va adentrando más en las intenciones del film, el interés por la historia disminuye y la decepción comienza a crecer.
Y es que luego de que el protagonista de El protegido se encuentra por vez primera con el protagonista de Fragmentado, ambos personajes pasan a ser tratados en una institución psiquiátrica por la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson). Ella es quien intenta tratarlos para demostrarle a cada uno, incluyendo al recluido Elijah (Samuel L. Jackson), que padecen de delirios de grandeza que los hace creerse personajes de historietas. De esta forma, el film se estructura en torno a las distintas sesiones, en conjunto o individualmente, que proporcionan una explicación y un trasfondo para entender a qué se debe el delirio de los tres pacientes. Es a través de estas sesiones, y principalmente las referidas a Kevin, que el director se muestra más interesado en dar lugar a las diversas interpretaciones de McAvoy con cada una de sus personalidades que en contar o desarrollar algo en concreto. McAvoy es un gran intérprete pero el film se abusa del apoyo que requiere de su personaje, lo cual se vuelve reiterativo y cansino debido al hecho de que el contenido y desarrollo de la historia es nulo e intrascendente.
El planteo de observar desde la práctica psicológica a estos personajes podría funcionar como un interesante disparador dramático. Pero lejos de eso, nada de lo que ocurre con ellos o quienes los rodean funciona para producir algún cambio o para realizar análisis de ningún tipo muy diferente a lo que ocurría con El Protegido. La falta de elementos y sustancia en la historia de Glass se debe al hecho de que conforme pasa el tiempo y vemos las distintas interacciones —David con su hijo, Kevin con Casey (Anya Taylor-Joy), la única víctima que dejó con vida, o Elijah con su madre (Charlayne Woodard)— el film no construye nada con cada una de las escenas, las cuales sirven para tener más tiempo en pantalla al personaje de James McAvoy o directamente para presenciar las lecturas que realiza la Dra. Staple de cada uno, sumado a que, hacia el final, con el típico punto de giro del director, todo carece de sentido. Esto se debe a que lo que yace entre el comienzo del film y sus minutos finales es una extensión de situaciones con mínima utilidad para la historia, carentes de suspenso o de valor dramático. Incluso la presencia de Elijah, el Mister Glass que da nombre al film, se ve hecha a un lado minimizando la utilidad que pudiera llegar a tener.
Shyamalan intenta con poco éxito que su obra posea el realismo dramático que había logrado con El protegido 19 años atrás. Pero es la monotonía de sus escenas y la ausencia de relevancia de cada una de ellas lo que hace que en ningún momento alcance su cometido. Lo cierto es que tanto como drama o como film de superhéroes, fracasa en ambos aspectos haciéndose añicos a medida que avanza y dejando tras de sí los cristales rotos del vaso de vidrio medio vacío que es Glass y que es pisoteado por su propio director. El verdadero villano que, de forma parecida a sus personajes, se encuentra atrapado sin salida, no de una institución mental sino de la mala racha de sus films.