El perro que se muerde la cola
Gran revelación catódica del último trienio, Glee pasa a la pantalla grande en Glee 3D, La Película (Glee: The 3D Concert Movie, 2011), adaptación que, lejos de limitarse a refractar el éxito y prestigio de la serie, busca la explicación y validación de su propio fenómeno. El resultado tiene, por momentos, la pestilencia de un libro de autoayuda.
La información oficial asegura que Ryan Murphy declaró que la idea principal de Glee 3D, La Película es “brindar la oportunidad a todos aquellos seguidores que no pueden comprar entradas o asistir a los espectáculos, de ver y sentir la experiencia de la presentación”. Bueno, el alma mater fue por más y al retrato de un concierto le adosó presuntos testimonios reales de fanáticos que superaron los escollos de la discriminación y la baja autoestima gracias a Rachel (Lea Michele), Kurt (Chris Colfer) y compañía.
Hijos dilectos del fenómeno 3D y la tecnología digital, los recitales en pantalla grande enfrentan pocos o nulos desafíos. Al fin y al cabo, la cuestión no pasa tanto por la cautivación de nuevos espectadores como por la fidelización de los fanáticos y admiradores del cantante o pseudoartista de turno. Cuesta entender, entonces, la razón ideológica y cinematográfica que impulsó a Kevin Tancharoen a alter(n)ar el espectacular –se ve un auténtico espectáculo- recital de los integrantes del coro con diversas comprobaciones del paliativo emocional que significa el programa para una audiencia habitualmente ajena al buen trato en el mundo catódico. Así, una porrista enana que asistió al baile de graduación con la estrellita del equipo local de fútbol americano, una fóbica social que encontró la armonía en las vivencias de Britney (Heather Morris) y un homosexual adolescente desfilan por la pantalla cual testimoniantes de programa religioso de la trasnoche del cable.
El efecto es doble. Por un lado, se le quita ritmo y vértigo a un show impactante, con coreografías milimétricas captadas por cámaras cuyos movimientos están milisegundos por delante de la acción, permitiéndole al espectador una amplia y jugosa observación del escenario. Pero además, como si no alcanzara con comprobar que la voz de Rachel es un auténtico prodigio, parecería que los mismos ideólogos no confían en el material que tienen entre manos ni en el producto original, y necesitaran adosarle una norma de calidad que certifique su carácter imperecedero.
Así, Glee 3D, La Película es como un perro que se muerde la cola, un artefacto que se vanagloria en sus condiciones en lugar de mostrarse tal cual es y dejar que el público decida. Y ellos, que irán a ver sus ídolos cantar y bailar, no necesitan que nadie les diga de qué se trata. Muchos menos la propia película.