Julianne Moore está brillante en esta nueva versión de la “Gloria”, de Sebastián Lelio. Y estuvo muy acertada cuando decidió protagonizarla solo si la dirigía el mismo Lelio. Lógico, porque, además de haber escrito la obra, es un lúcido observador del carácter femenino, conciliador de arrojos y sutilezas, y guía eficaz de las actrices en el camino del éxito, como lo prueban Paulina García en la “Gloria” original, Daniela Vega en “Una mujer fantástica”, Rachel Weisz y Rachel Adams en “Desobediencia”. Y también hace lucir a las mujeres detrás de cámara, en este caso Natasha Braier, argentina, directora de fotografía, y Soledad Salfate, chilena, editora.
“Gloria”, algunos la recordarán, expone las andanzas de una señora divorciada, con hijos grandes, trabajo estable, que de noche sale a bailar y divertirse con la música de su juventud y el entusiasmo sexual que no pudo liberar en su juventud. En eso ella no tira la toalla, sino otra cosa. Por ahí puede que se consiga un novio estable. O que deba enfrentar achaques y frustraciones. Como sea, por algo se llama como se llama y se identifica con el tema que la nombra.
“Gloria Bell”, que ahora vemos, cuenta lo mismo. Inclusive hay escenas idénticas. Pero, puestos a mirar en detalle, no cuenta lo mismo. La de Paulina García era más zafada, le veíamos hacer cosas impropias de una señora con toda dedicación y posterior resaca. La de Julianne Moore es más discreta, más formal, aunque la actriz muestre las formas.
También difieren los contextos. La primera transcurría en el Chile posterior a la dictadura, se percibían sus ecos, las ganas de disfrutar eran más urgentes, y bien podía temerse que un candidato fuera un exservicio. La nueva transcurre en EE.UU., la vida canta y ríe ya por rutina, y el fulano es un exmarine sin que nadie se aflija por eso. Como sea, en ambos casos la mujer es más piola que el tipo. Lelio sabe cómo halagar a su público (y en la adaptación al gusto americano lo ayuda la escritora y comediante Alice Johnson Boher).