En el amor y en la vida, Gloria aprende a bailar
Sencilla, humana y entrañable. Esta tragicomedia del chileno de Sebastián Lelio se impone a fuerza de desafiar algunos estereotipos de un género tan sensiblero y condescendiente: el de los amores otoñales. La soledad sigue siendo el tema. Gloria es una mujer vital, simpática, atractiva, que roza los sesenta. Trabaja, tiene dos hijos y le gusta salir, bailar, divertirse y conocer hombres. A veces vuelve tambaleando a su departamento y a veces se regala. Una noche conoce a Rodolfo, un tipo taciturno, confiable, pero que vive a la sombra de sus hijas y de su demandante ex. La historia va y viene. Se quieren, se necesitan, pero viven mundos muy distintos: Gloria es suelta, rebelde, mira el futuro y Rodolfo no cree que para amar algo nuevo sea necesario romper con lo viejo. En la intimidad se disfrutan, pero a Rodolfo le cuesta desprenderse del pasado. Y Gloria no tiene tiempo para esperar que cambie. No hay mucho para contar, pero todas las escenas agregan apuntes jugosos sobre el carácter de estos dos seres que han encontrado el amor a una edad donde lo que más cuesta es sacarle las telarañas a la rutina y darle un futuro a la vida. El film vale porque aporta aire fresco, porque es emotivo, porque valora los detalles, porque tiene buenas escenas (ese cumpleaños del hijo donde reina la incomodidad) y sobre todo porque tiene en el centro a una actriz magnífica: Paulina García. Su Gloria al final aprenderá la lección: sola otra vez, vuelve a la disco. Alguien la invita a bailar y ella por primera vez dice que no. Y sale a la pista solita y disfruta. Como si descubriera que el primer paso para ir en busca de un nuevo amor es dejar las malas compañías a un lado y hacer las paces consigo misma. Es como si hubiera aprendido la vieja lección de Pina Bausch: “bailen, bailen o estamos perdidos”.