Gran retrato de una mujer madura
Es Gloria, cincuenta y largos, divorciada hace tiempo, con hijos grandes, trabaja, sale, tiene amigos, hace diversas actividades. Conoce a Rodolfo e inician una relación, que tiene sus complicaciones. Con este esqueleto argumental -como con cualquier otro- pueden hacerse desde desastres hasta películas que permanezcan, de esas que a 30 meses de su estreno mundial (en competencia oficial en Berlín) produzcan deseos, anhelos de volver a verlas.
Y volver a ver Gloria es reencontrarse con Gloria, porque esta es una película-retrato de un personaje en un momento de su vida, en tiempos de decisiones, de nuevas oportunidades, de posibilidades y de crisis. Es decir, en un tiempo vital parecido a tantos otros. La película de Sebastián Lelio (La sagrada familia, entre otras) y guionada por él y por el ahora ex crítico Gonzalo Maza basa su encanto nada condescendiente en diversos pilares. Uno es la cercanía con el personaje, que se siente pensado, trabajado, vivido con proximidad (Lelio ha declarado que Gloria se inspira en su propia madre y su generación). Otro es el respeto por el punto de vista, y no solamente en términos de organización narrativa: Gloria se para en Gloria y, además, ve el mundo desde su óptica, y para esto el realizador sabe que no necesita de subjetivas, sino de empatía y atención a los detalles. Un tercer pilar es la honestidad: cuando hay enojo hay enojo, cuando hay contradicción no se disimula, y la indecisión y la espera se ponen en escena sin énfasis y sin apuro, y cuando hay sexo hay sexo, y también desnudos. Es, claro, insoslayable la inmensa actuación de Paulina García -ganadora como mejor actriz en la Berlinale-, una performance seca y contenida para crear un personaje endurecido en la superficie, pero que cuando deja pasar algo de emoción pega realmente fuerte: toda explosión en Gloria es muy significativa.
Si a todo esto le sumamos una clara conciencia de los recursos simbólicos -el autorreconocimiento de Gloria, la mirada hacia sí misma de la que no se abusa, el un tanto más obvio sentido del esqueleto de juguete- y de la historia del cine -las películas de mujeres fuertes de los setenta, la cita giratoria a Los 400 golpes- no hay dudas de que estamos ante una de las películas chilenas más destacadas de este prolífico siglo XXI trasandino. Por último sería injusto no destacar una utilización de la música no muy frecuente en el cine latinoamericano: las múltiples canciones interactúan con el personaje, pero no se le imponen. Para Gloria, y para todos nosotros, las canciones no son sólo canciones, sino además las respuestas y los momentos con ellas.