Gloria

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Amorosa soledad

Dos escenas independientes, autónomas pero con un denominador común, la protagonista, mujer de clase media acomodada, sexagenaria, divorciada, madre de hijos adultos y chilena, definen las virtudes y exabruptos de Gloria (2013), película coproducida por España y Chile, que cautivara hace dos años a público y crítica por igual, además de ser galardonada Paulina García como mejor actriz en el Festival de Berlín.

La falta de prejuicio a la hora de exponer la historia de Gloria se genera en varios niveles: la construcción meticulosa de los personajes, con un claro despojo de un juicio de valor por su conducta, el naturalismo con el que se desarrollan las acciones en consonancia con los desnudos frontales, tanto masculinos como femeninos, sin un ápice de provocación al espectador y completamente funcionales al relato.

Aquellas escenas mencionadas al comienzo de esta nota se resumen en una cena familiar en la que Gloria presenta a su pareja, también separado y con quien encara una relación seria, tanto a sus hijos como a su ex esposo, quien a su vez rehízo su vida junto a una argentina de su misma edad, pero que por distintos motivos mantuvo distancia con Gloria al haber decidido separarse. En contraste con esta sutil escena se encuentra otra donde la protagonista observa entre un grupo de curiosos el baile de una marioneta esqueleto, segundos después del abandono de su amante.

La riqueza de detalles y matices, las miradas y los diálogos para establecer la enorme distancia entre el extraño y la familia de Gloria, motivo que lleva a que el hombre se retire del lugar sin siquiera ser advertido en su intempestiva fuga sintetiza los valores narrativos y cinematográficos de este cuarto opus del realizador chileno Sebastián Lelio. No obstante, la segunda escena mencionada, así como la necesidad de los apuntes sociales para dar un contexto en el que se desarrolla esta historia de amor, segundas oportunidades y decepciones, no se adaptan a la sutileza y por momentos generan un ruido que se nota a lo largo de la segunda mitad.

Sin lugar a dudas, es más que destacable la performance de Paulina García, su ímpetu para encarar la ruptura de la inercia cuando la soledad está al acecho pero también sus recaídas emocionales que generan nuevas y desesperadas búsquedas de consuelo, a veces a riesgo de quedar nuevamente vulnerable ante los demás.

Gloria (2013) es un excelente ejemplo de austeridad narrativa y equilibrio para mixturar el melodrama con la comedia y lograr en esa mezcla explosiva los ingredientes necesarios para tocar la sensibilidad del espectador, sobre todo por la libertad con la que los personajes atraviesan sus alegrías y penas en el derrotero de la vida.