Gloria

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

La pequeña gloria de Gloria

No le vendría mal a los oscarizados Alejandro González Iñárritu y Paul Haggis mirar aunque sea un par de fragmentos de un film como Gloria. Ver una película que no pretende cambiar el mundo, ni ser la más inteligente de todas, ni dejar en claro que detrás de cámara hay un tipo que es un genio de la vida, ni alcanzar alturas supremas, ni llevarse todos los galardones todos. Una película que en verdad no tiene grandes pretensiones, más que seguir la historia de su protagonista, de la mujer que le da nombre.

Ya desde su mismo inicio, desde esa secuencia donde la vemos a Gloria en una típica fiesta para solteros adultos, intuimos su condición. Y lo que nos damos cuenta con facilidad, con apenas un par de trazos a través de miradas, gestos y movimientos es que el problema de Gloria no es que esté en ese tipo de celebraciones, o que esté separada, o que se acueste con hombres de forma casi azarosa, o que esté sola, sino que en el fondo, a pesar de que le ponga todo el empeño posible, de que en cierta forma encuentre una comodidad en su rutina, no termina de disfrutar de esa soledad, está alejada de sus afectos, hay algo que le falta y todas las actividades que se inventa no sirven más que para tapar esa sensación agobiante, ese agujero interior.

Lo que vendrá a continuación es una alteración de la comodidad y la rutina de Gloria a partir de la entrada en escena de Rodolfo, un hombre que se enamora rápidamente de ella pero que sigue atado a lo que en algún momento fue su vida al lado de su ex mujer y sus hijas. Es decir, tendremos a dos individuos mayores, a dos personas entradas en años, tratando de encontrarse de la manera más armoniosa posible, aunque esa armonía pruebe ser muy difícil de alcanzar. El director y coguionista Sebastián Lelio toma una decisión que para tipos como Iñárritu o Haggis debe ser difícil: jamás juzga esos cuerpos, los contempla en sus deseos, rechazos, miedos y arrojos, hasta se fascina con ellos, y los deja ser, colocando la cámara con delicadeza, sin regodeos, sin forzar las situaciones.

Aunque Lelio se permita ser político, hablar de un Chile en conflicto y pugna, tratando de encontrarse -fallidamente- a sí mismo, ese país no deja de ser el telón de fondo para la historia de Gloria, para esa mujer intentando hallarse a sí misma a partir de la unión con ese otro que es Roberto. A Lelio no le importa, no le interesa decir grandes cosas sobre la humanidad, sino contar un pequeño relato sobre un ser humano, sus búsquedas, sus hallazgos, sus desencuentros, sus virtudes y miserias, durante un recorte específico de su vida, sin querer ir más allá de lo que pide el personaje en el que hace foco, pero tampoco subestimándolo. Esa reivindicación de algo esencial y primario en el cine -contar tan sólo una historia, crear personajes con los que nos podamos identificar, desarrollar sus conflictos, darles peso y textura a los tiempos y espacios que habitan-, es la pequeña gloria que alcanza Gloria, una pequeña gran película.