Brújula adolescente mirando al sur
Antes de que instagram se pusiera de moda entre los hipsters argentinos y las redes sociales explotaran a la vista de todos monitor mediante, una película removía el avispero del cine independiente con una historia de adolescentes alejados de cualquier vértigo 2.0 y apelando a una estética que apostaba por un pop retro inentendible para el gran público. Ese que seguía sin prestarle atención al Bafici.
Fue hace seis años, nada más, nada menos, pero Glue en aquel entonces, entre quienes pudieron acceder por medio de las pocas proyecciones que tuvieron lugar, generó un interés que desgraciadamente no alcanzó a abarcar a los distribuidores, que la mantuvieron a raya hasta ahora, que finalmente logra acceder a la pantalla grande del circuito comercial.
La historia que cuenta el realizador Alexis Dos Santos (que tiene en éste su único largo hasta el momento) gira en torno a un adolescente perdido en la inmensidad de su familia disfuncional y de sus propios miedos, inseguridades y fantasmas. Todo esto sobre el escenario de una Patagonia más árida que la de las bellas postales turísticas. Aquí el único turista es Lucas (Nahuel Pérez Biscayart), hijo de una mujer en plena explosión emocional por la infidelidad de su marido. El adolescente se recluye en su música, en el paupérrimo grupo punk del que es vocalista y en la áspera vida social que logra entrelazar con algún que otro amigo.
Pero la gran protagonista del film, más alá de los méritos de un cast atractivo para la lente (por sus aristas pinchudas, por sus dobleces complejos) es la estética visual, que inunda de urgencia posmoderna el relato de un rincón de la Argentina alejado del vértigo de las noticias y la vida urbana. Luces, viajes sin ácido pero con pegamento en bolsa, rock sin destino y amores furtivos e iniciáticos. Glue es ya un pequeño objeto de culto del buen cine argentino, vale la pena aprovechar la oportunidad y ser testigo de ello frente a la pantalla de un cine.