La nada y la calentura adolescente
El film fue exhibido en el Bafici 2006, entre otros festivales, pero se estrena recién ahora. Sus protagonistas son tres adolescentes que consumen el tiempo durante un verano en Zapala.
Exhibida en los festivales de Rotterdam, Londres, Toronto y el Bafici (fue parte de la Selección Argentina en la edición 2006), ganadora de varios premios y estrenada recién ahora, cinco años más tarde, Glue tuvo una trayectoria tan sinuosa e inaprensible como la de su realizador, Alexis dos Santos. Nacido en Buenos Aires en 1974, Dos Santos se trasladó de chico con su familia a la Patagonia; de regreso a la Capital estudió arquitectura y actuación. Más tarde dirigió cortos, en Barcelona y en Londres, donde está radicado actualmente y donde un par de años atrás filmó su segundo largo, Unmade Beds. Glue –que en el Bafici se exhibió con el subtítulo Historia adolescente en medio de la nada– contó con la catalana Isabel Coixet (directora de Mi vida sin mí y La vida secreta de las palabras) como coproductora y el grupo folk–punk Violent Femmes como “inspirador”. Además, esta coproducción argentina y británica representó el debut de Inés Efron, antes de su consagración en películas como XXY y Amorosa soledad. Claro, nada de eso importaría mucho si Dos Santos no fuera un cineasta de verdadero talento, y Glue una película magnífica.
No hay por qué darle a la “nada” del subtítulo original un sentido metafórico: la película transcurre en Zapala, y Zapala está al borde mismo del desierto patagónico. “Este verano tengo que coger sí o sí”, se dice a sí mismo Lucas (Nahuel Pérez Biscayart, el actor más icónico de su generación) mientras se pone los auriculares, en medio de esa nada. Escuchar música, escribir letras sobre rusos y rusas desnudos, andar en bici y masturbarse son las actividades que consumen el tiempo de Lucas en ese verano seco y horriblemente caluroso. “Nacho tiene muchos pelos en la axila, los míos son rubios y finitos”, piensa Lucas, que luce cabello en forma de cresta. Nacho (Nahuel Viale, protagonista de Ocio) es morocho, callado y suele trenzarse con Lucas en unas peleas cuerpo a cuerpo que más que peleas parecen polvos. De hecho, en la escena central de la película practicarán la famosa “cambiadita”, previa a un triángulo en el que interviene Andrea (Efron, con la sonrisa más grande que nunca). Si Lucas tiene que coger sí o sí, Andrea sueña con besos de lengua y labios muy carnosos. En medio de la nada, las fiestas y el sexo no parecen abundar.
“Esta película fue improvisada por...”, dicen los títulos finales, antes de presentar los nombres del elenco. En Glue se zapa en Zapala, tanto en términos actorales como musicales. Lucas, Nacho y Andrea se encuentran, no saben qué decirse, se ríen nerviosamente. En una de las escenas más brutales de un cine argentino que no suele atreverse a ellas, la mamá de Lucas, Mecha (Verónica Llinás), se baja del auto como una tromba y se agarra de las mechas con una vecina, que le habría metido los cuernos con el marido. “¿Ya lo perdonaste?”, se queja Lucas, cuando se entera de que el papá (Héctor Díaz) va a venir de visita. “Tu papá es un inútil, no sirve para nada”, le dice Mecha a Flor, hermana de Lucas (Florencia Braier, vista luego en Upa! y Las hermanas L), cuando intenta armar una carpa que se les cae, durante un campamento de reconciliación familiar. Lo bueno es que se reconcilian, a la vez que se putean.
Con el cine de Cassavetes y el de parte de la nouvelle vague como modelos bastante evidentes, Dos Santos no narra en continuidad sino de a saltos. En ocasiones entra a las escenas de golpe, agarrándolas empezadas. Como aquélla de Mecha y la vecina, y otra en la que unos chicos atacan a Lucas con bombitas, en medio del Carnaval más seco y desolado que se recuerde. Como más tarde en la igualmente magnífica Unmade Beds, la discontinuidad, la falta de raíces, el no saber dónde se está parado, son forma y tema. Lucas y Andrea se hacen preguntas en off, pasan de tomar la leche a tomarse todo en una fiesta, les quedan las manos pegoteadas de poxi-ran (gran escena, ésa en la que el padre le despega el pegamento de las manos a Lucas, sin un solo reproche), se sacan el aparato bucal y se dan tremendos besos de lengua, dan vueltas en redondo en la bici.
Dos Santos acompaña esa inestabilidad con un gran trabajo de cámara en mano, que nunca cae en el exhibicionismo, haciendo del enfoque y desenfoque una suerte de centellograma adolescente (sólo los fragmentos en Súper 8, con mucho grano, no parecen justificados). Todas las escenas largas, narradas en planos secuencia, son memorables: la catfight de rubias, la improvisación porno que Lucas y Nacho hacen de un monito de peluche con una zanahoria, la reunión familiar sobre una cama matrimonial (muy La ciénaga, en verdad) y, sobre todo, ese triángulo final en un baño, en el que los actores parecen estar tan borrachos y calientes como sus personajes.