En varias entrevistas Michel Hazanavicius, ganador del Oscar por El artista, habló maravillas de Godard y dijo que todo cineasta le debe algo a él. Sin embargo, tras ver su más reciente película, lo primero que aparece es mucho resentimiento y ganas de burlarse del pasado del impulsor de la nouvelle vague. El film está basado en un libro de memorias publicado en 2015 por Anne Wiazemsky, quien fue la protagonista de La chinoise (1967) y que poco tiempo después se convirtió en la segunda esposa del realizador. La película arranca bien, en un tono de comedia de enredos, con Louis Garrel luciéndose en su personificación de un Godard de 37 años que parece salido de las primeras películas de Woody Allen. El fracaso de crítica y público de aquel film emblemático de su etapa maoísta, la explosión del Mayo Francés y la obsesión del cineasta por entender, acompañar y fomentar aquel espíritu revolucionario conforman ese panorama inicial.
Lo que podría haber sido una película sobre un personaje y una época se transforma en un ajuste de cuentas con la idea de bajarlo del pedestal en el que muchos cinéfilos lo mantienen. Pero la irreverencia es aquí más una postura que una realidad. Lo peor no es solo lo caricaturesco del retrato de Godard, sino que la mayoría de las escenas no funciona en el terreno de la sátira en el que está planteado.