El primer intertítulo reza “Wolgang Amadeus Godard” dejando visible que la gráfica del mismo propone una copia (suponemos que homenaje) a la utilizada por el paradigmático cineasta mentor de la Nouvelle Vague, rey de una vanguardia definitoria: Jean Luc Godard.
Así, esta película que se presenta con intenciones de comedia tira sobre la pantalla un manojo de indicios cinematográficos que son todos Godardianos: primeros planos femeninos constantes y de específico encuadre, travellings de seguimiento, cortes y repeticiones , colores saturados, iluminación plana y envolvente, imprevistas imágenes en negativo, uso estilizado del blanco y negro, desnudos femeninos como imágenes fotográficas, ruptura de la cuarta pared, falso raccord, loops sonoros, y la lista continúa.
¿Es el filme un “homenaje” solo por utilizar una serie de huellas autorales que extirpadas de otras obras como hitos sueltos terminan siendo utilizadas livianamente en otro relato? Definitivamente no.
Godard mon amour, creemos que pretende ser un homenaje al realizador suizo, pero la factura de la obra no deja en pie nada la idea de homenajear. Si el procedimiento más nítido como el de hacer referencia a una serie de claves del lenguaje ya se presentan como una pura superficialidad que no tiene trasfondo alguno. Y ni siquiera hay un nivel estético decoroso para tamaña referencia cinéfila.
La trama en su formato de biopic narra un fragmento de la vida del ya mencionado Jean Luc, cercano a tres eventos claves sobre los fines de la década del 60: la filmación y posterior exhibición fallida de La chinoise, la relación amorosa con la joven actriz Anne Wiazemsky – autora de la novela que dispara ésta película- y el Mayo Francés cristalizado en la revolución estudiantil que toma vida parisina.
Aglomera en estos años los avatares hacia su etapa de cine maoísta dejando atrás las hazañas del autor de Vivir su vida, Una mujer es una mujer, La banda aparte, Los carabineros y Pierrot el loco, entre otras.
Todo el relato conduce a ver el acabose del joven cineasta: las revueltas estudiantiles del mayo francés y su participación activa, la intervención en el Festival de Cannes del 68, la creación del grupo de cineastas por la revolución “Dziga Vertov”, más la final y ya sabida separación con Anne, entre otros acontecimientos todos presentados como hechos banales de una vida superflua.
Vemos en el filme a un Godard en estado de malestar constante: se ve viejo en sus 37 años. Oxidado en sus ideas creativas, decadente como intelectual y como hombre, resumiendo: un muerto en vida.
La radiografía que hace Michel Hazanavicius sobre el “suizo” deja una constante sensación de desprecio y hasta despecho por la vida imperfecta de un grande, su análisis biográfico sobre el autor de Sin Aliento se basa en una crítica totalmente descalificante. Las situaciones que elije para “dejar ver” la esencia del cineasta son todas menores, vulgares, burdas llegando a terreno de presentarse como indecorosas.
Lo muestra un inconsistente como intelectual, un pobre tipo que se la pasa vociferando frases de pacotilla sobre el cine la política y la vida, insolvente como orador, egoísta y envidioso como hombre, celoso hasta lo retrogrado, narcisista, posesivo y cobarde.
No lo rescata con el humor ni se lo desmitifica con profundidad. Si esto fuera una parodia donde cae un ídolo que miramos con inteligencia y sagacidad el resultado sería redescubrir a Godard. Pero aquí no se hace culto y crítica del objeto parodiado sino que se lo mira en una sola dirección, sin reveses, sin matices, sin rescates.
Luis Garrell con sus gafas y su seseo podría ser muy bien un típico personaje de aquel primer Woody Allen, pero hasta su actuación (buena composición podríamos decir) se transforma en una pantomima caricaturesca.
Nunca lo vemos como un audaz pensador y jamás como un revolucionario. No hay ni una huella de aquel cinéfilo y cineasta que puso en marcha una de las nuevas olas del séptimo arte. Trabajó deconstruyendo un lenguaje del que cambiaría muchas reglas y del cual ha nacido una nueva forma de hacer cine.
Godard mon amour parece ver tan solo a un aburrido burgués que hace películas casi a pesar de sí mismo.
La película de Hazanavicius me dejó una clara sensación más literaria que cinematográfica: fue como leer una biografía sobre “José Luis Cortázar” escrita por Paulo Coelho.
Por Victoria Leven
@victorialeven