Una trama que se desarrolla en locaciones internacionales; una serie de incidentes aislados que son en verdad manifestaciones de una misma amenaza; un constante tire y afloje entre la obtusa burocracia gubernamental y el accionar iluminado del individuo; un elenco multiestelar compuesto por actores de diversas etnias y nacionalidades; y un excelso uso de efectos especiales en pos del máximo virtuosismo posible. Estos son algunos de los tantos lugares comunes de las “disaster movies”. Godzilla II: el Rey de los Monstruos, como película de monstruos que se inscribe en el género, exhibe, naturalmente, varios de ellos. Sin embargo, y a diferencia de su antecesora, su confianza en los elementos es tal que el resultado final, sumamente positivo, dista radicalmente del de la olvidable película de Gareth Evans.
En sus primeros segundos, luego de los logos de las compañías productoras, lo primero que esta secuela nos presenta no es una imagen, sino un sonido: el estruendoso grito de Godzilla. Una elección nada arbitraria o efectista puesto que, además de exhibir un notable diseño sonoro, la película de Michael Dougherty hace del sonido parte de su relato: los científicos detectan el despertar de los Titanes, sus signos vitales y ubicación geográfica a partir de él; el peligro inminente siempre es construido desde el sonido en el fuera de campo; y, por último, el MacGuffin que dispara y encausa buena parte de la trama es nada menos que un dispositivo sonoro (una suerte de consola que analiza y replica las frecuencias utilizadas por los monstruos para comunicarse). Un ingenioso comienzo que, hay que decirlo, lo toma a uno por sorpresa.
Por otro lado, y teniendo en cuenta que se trata de una película de más de dos horas, son muy meritorios el ritmo y la velocidad con que Dougherty articula el relato: las múltiples apariciones de los monstruos (son muchos más de los que uno espera) acaparan el tiempo justo y necesario, y cada uno de los espectaculares enfrentamientos que se producen entre ellos —ninguno de los cuales resulta forzado o gratuito— es construido con su debida anticipación y ejecutado más que competentemente. De hecho, mientras su antecesora, con mucha ineptitud, hizo todo lo posible por esconder la acción (el Godzilla de Evans aparecía siempre de a pedazos, en la lejanía, detrás de una densa niebla, en pantallas pixeladas o enfocado con una cámara en mano tan excesiva que sonrojaría hasta a Paul Greengrass), Godzilla II: el Rey de los Monstruos se empeña y esmera en retratar la acción con la mayor claridad posible. Y si las monstruosas batallas que ocurren en ella son tan hipnóticas y excitantes es porque Dougherty sabe y entiende, tal como lo hizo el cine japonés en sus primeros films sobre el lagarto gigante, que no hay como el plano general para retratarlas. Asimismo, el director disecciona las secuencias de acción incorporando numerosos zooms y primeros planos de los rostros de los monstruos que, además de otorgarle un mayor dinamismo a toda la cuestión, aportan un tono de humor autoconsciente que le sienta muy bien al film, ya que, no nos olvidemos, estamos viendo una película de monstruos gigantes peleando entre sí. Entonces, dejando de lado la tediosa solemnidad de la primera entrega, la segunda abraza este tipo de humor permitiéndose, por ejemplo, no uno ni dos, sino tres deux ex machina a cargo de Godzilla (el subtítulo de la película debería ser “Dios de los monstruos”), o varios comic reliefs que también prueban ser funcionales al momento de quitar las innecesarias cotas de dramatismo.
De hecho, la mayoría de ellas se encuentran atadas a otro elemento recurrente del género, y que tiene que ver con su lado humano. Es decir, no la historia de los monstruos prehistóricos que pelean a muerte, pero la de los pequeños humanos que se encuentran entre ellos (en varias escenas, literalmente). En este caso, es la historia de los personajes interpretados por Kyle Chandler, Vera Farmiga y Millie Bobby Brown, quienes en medio del caos juegan a papá, mamá e hija, y cuyos conflictos son desarrollados —imagino— a fin de que el espectador tenga una línea narrativa más “terrenal” con la cual relacionarse, un blanco empático mucho más cercano a su triste realidad desprovista de godzillas y ghidorahs. Sin embargo, allí donde El día después de mañana, 2012 y San Andreas hicieron escuela, Godzilla II: el Rey de los Monstruos se topa con algunos problemas, ya que en los momentos dramáticos que dependen de la unidad familiar es donde más se manifiesta la incomodidad de Dougherty para balancear su convivencia con el verdadero eje dramático del film. En otras palabras, además de implicar una detención —un tanto contraproducente— del ritmo del relato, el desarrollo de una pelea marido-mujer en medio de la destrucción de una civilización, prueba ser de bastante poco interés narrativo; lo que lleva a la película a tomar decisiones un tanto drásticas (el inesperado giro de uno de los personajes, que encima anula como antagonista al siempre destacable Charles Dance) o, en el mejor de los casos, a evidenciar y burlarse ella misma de tales instancias.
El lema “el fin justifica los medios” es puesto en jaque varias veces a lo largo de Godzilla II: el Rey de los Monstruos, ya sea a través del accionar de sus personajes o el devenir de la trama. Afortunadamente, la película sabe muy bien cuáles son sus medios, esos del género en el que se para y que —en la mayoría de los casos— entiende cómo orquestarlos para arribar a su fin. Lo logra, con claridad, humor y una coronación en su final que, en cualquier otro caso, podría haber resultado ridícula e irrisoria; pero acá, en la primera gran película norteamericana de Gojira, es más que pertinente.