Señores lectores: por favor abróchense sus cinturones porque en esta nota experimentaremos unas ligeras turbulencias ocasionadas por Godzilla. Así es, a 65 años de su creación (nació en 1954), el veterano Godzi sigue siendo un nombre de peso en el género de las Monster Movies, al punto que en 2019 es uno de los protagonistas excluyentes del llamado “MonsterVerse”, una saga de películas de monstruos creada por Legendary Pictures y Warner Bros. En este sentido, Godzilla 2: King of the Monsters es la secuela de su homónima de 2014 y tendrá continuidad en 2020 con la pelea más esperada del siglo XXI: “Godzilla Vs Kong”.
En este revisionismo Hollywoodense contemporáneo, Godzi es un bicho bueno cuya única misión es proteger a la humanidad y resguardar el equilibrio medioambiental del planeta. Una suerte de perro guardián pero de dimensiones gigantescas e impronta temeraria. En este sentido, se emparenta con sus orígenes: un monstruo creado a partir de la radiación nuclear como metáfora del horror de la guerra, las armas de destrucción masiva y sus efectos nocivos sobre el medio ambiente.
King of the Monsters se ubica cinco años después de la tragedia de San Francisco. La Dra. Emma Russell (Vera Farmiga) y su hija Madison (Millie Bobbie Brown) trabajan para una agencia criptozoológica -Monarch- que supervisa y controla a los diferentes titanes activos e inactivos del globo (incluido Godzilla). Mientras las autoridades del mundo se debaten entre darle continuidad al proyecto de esta agencia o aniquilar a las bestias, un grupo para-militar liderado por Alan Jonah (Charles Dance) roba un dispositivo acústico que permite comunicarse con estos monstruos y se dispone a liberarlos a todos para “salvar el planeta” de los propios seres humanos (una motivación similar a la de Thanos en Avengers).
En el medio, Madison y Emma son raptadas, por lo que Mark Russell (Kyle Chandler) -padre de Madison y ex-esposo de Emma- se une a una misión de rescate encabezada por las autoridades de Monarch: Ishiro Serizawa (Ken Watanabe) y Vivienne Graham (Sally Hawkins).
Poco más se puede decir del argumento, ya que de ahí en más queda completamente opacado por las mega-batallas épicas y múltiples secuencias de acción que pueblan los fotogramas de la película. Los personajes quedan olvidados por partida doble: primero, porque al ser tan chatos, aburridos y superficiales no generan demasiado interés; y segundo, porque el plato fuerte de un filme de monstruos es la parte en la que justamente éstos se enfrentan y se tiran con «de todo». En otras palabras, con estas propuestas uno va al cine no por los personajes, sino para vibrar y decir: “¡pan y vino pan y vino pan y vino, el que no grita Godzilla para que carajo vino!”.
Dougherty tiene muy claro esto último y apuesta el todo por el todo a impactar y deslumbrar al espectador, y lo consigue. Las contiendas entre Godzilla y Ghidorah (y los demás monstruos también) son verdaderos festivales de luces, vértigo y acción. Si bien por momentos el montaje conspira contra la comprensión espacio-temporal del espectador durante las batallas, en términos generales la factura audiovisual es el punto más alto de esta secuela.
Claro que esta hiper-espectacularización frenética tiene su contrapartida por el lado narrativo. No solo en cuanto a los lugares comunes de la trama, sino también por la flaqueza de sus diálogos, las dificultades para moderar o intensificar el ritmo dramático y la ausencia de climas diversos durante el filme. Además, a esto hay que sumarle una duración excesiva y un tono serio y solemne que quizás podría haber sido un poco más desacartonado.
En definitiva, en estas películas uno compra el paquete completo con tal de pochoclear y divertirse. Eso si, en caso que decidan ir a verla, asegúrense de asistir a una super pantalla gigante para disfrutar al máximo de la experiencia audiovisual, porque si no los deslumbra el arsenal pirotécnico, de seguro la historia que hay detrás tampoco lo hará.