Creado hace ya 65 años en Japón y arribado a la maquinaria de Hollywood en 1998 de la mano del director Roland Emmerich, Godzilla está de vuelta con este film que retoma las acciones ocurridas en la primera entrega, estrenada un lustro atrás. Se trata de un regreso tan innecesario como ruidoso, vacuo y pirotécnico.
El comienzo de Godzilla II: El rey de los monstruos plantea un mundo todavía destruido como consecuencia de los enfrentamientos con el lagarto gigante, de quien desde entonces se sabe poco y nada. La agencia cripto-zoológica Monarca, la misma que lo había sacado de su letargo a pura explosión atómica, continúa su búsqueda.
Mientras tanto, aparecen nuevos monstruos más ridículamente grandes que Godzilla que, obviamente, pondrán en peligro a toda la humanidad. El combo se completa con un conflicto familiar superfluo y reglamentario que involucra al matrimonio Russell (Kyle Chandler y Vera Farmiga) y a su hija (Millie Bobby Brown, más conocida como Eleven en la serie Stranger Things).
La película está estructurada alrededor de un sinfín de enfrentamientos tanto entre los monstruos como entre ellos y los humanos. Soldados, zoólogos y científicos: todos tienen algo para decir ante la presencia de esas criaturas. Aunque, en realidad, no dicen sino que gritan y gesticulan. Seria y solemne como ceremonia religiosa, a Godzilla II le preocupa más la espectacularidad digital de sus escenas de destrucción masiva que cualquier atisbo de humanidad en sus personajes de carne y hueso.