Un film monstruoso.
La bestia colosal Godzilla regresa a la pantalla en esta secuela del film de 2014, presentándose como un evento mucho más grande e impactante al estar repleto de otros dioses/monstruos legendarios que resurgen para traer caos a nuestro mundo. El film de Michael Dougherty cumple en parte con lo prometido, ya que aquellos momentos que tienen a las fantásticas criaturas en escena rebozan de un despliegue visual enorme, al menos ocasionalmente. Pero es todo lo referido a construcción de personajes e historias donde el film desde un comienzo flaquea y no hace más que derrumbarse en su fallido desarrollo. Y a pesar que intenta a toda costa poder subsistir, pareciera quedar hundido por las gigantescas pisadas de los titanes.
Es cierto que este tipo de blockbusters no han de ser vistos con una mirada demasiado analítica ni esperando un guion contundente que los acompañe, pero el film ni siquiera logra cumplir del todo el cometido de entretener y ofrecer un espectáculo en su larga duración de 131 minutos. Porque es en la forma torpe e incomprensible que se suceden y registran los eventos del film donde se hallan los problemas, algunos tan grandes como el monstruo que da nombre al film en cuestión. La historia sigue el drama familiar de los Russell, un ex matrimonio de científicos que perdieron un hijo en la catástrofe del primer film y que ahora separados velan por su única hija Madison (Millie Bobby Brown).
La joven adolescente vive con su madre, la doctora Emma Russell (Vera Farmiga) quien trabaja para la agencia Monarch, encargada de ubicar en todo el mundo a los hibernantes titanes como Godzilla para evitar un nuevo desastre. Claro que esto no tardará en suceder. La presencia de otra organización liderada por Jonah Alan (Charles Dance) es la que toma el control de la investigación haciendo que, junto a Emma y su uso de un sonar bioacústico, controle uno a uno el despertar de las bestias. Todo este plan es lo que pone en marcha la presencia de los clásicos monstruos o kaijus, todos pertenecientes a las sagas cinematográficas japonesas de Godzilla, como la polilla gigante Mothra, la prehistórica ave de lava Rodan o la mítica hidra de tres cabezas Ghidorah. El fin de traer a estos titanes, en principio desconocido, se sostiene únicamente por un caprichoso y bastante pobre discurso ambientalista que posee más contradicciones que criterio a medida que avanza la trama.
Es así como la historia se va conformando y dilatando en situaciones que tienen a los personajes manteniendo debates y conflictos entre ambas organizaciones y, en medio de ellas, al doctor Mark Russell (Kyle Chandler) intentando alejar de todo ello a su hija y ex mujer. Claramente un film de este tipo precisa que haya interacción entre personajes reales y una historia como sustento del combate entre titanes. Si tan solo se tratase de monstruos gigantes luchando entre sí agotaría su recurso en poco tiempo. Pero lo cierto es que no hay construcción alguna lo suficientemente bien realizada que justifique las situaciones protagonizadas por los humanos que interfieren y entorpecen algunos de los pocos mejores momentos que posee el film, como lo son el primer enfrentamiento entre Godzilla y Ghidora en la Antártida o el despertar apocalíptico de Rodan sobre las cercanías de una ciudad en México.
El poderío visual del film se relaciona pura y llanamente con la imponente presencia de los monstruos, tanto sea en combate como en algunos momentos en solitario donde la belleza del CGI —al menos cuando está bien logrado— ofrece una variedad de imágenes que por sí solas son inolvidables, al contrario de lo que ocurre mayormente con la trama, y por ende con gran parte del film. Y es que también se hace casi imposible seguir con lógica los sucesos y diferentes momentos de peligros ofrecidos por la historia. La abundancia y una narrativa desprolija hacen que lo visto en pantalla colapse de manera caótica entre tanta espectacularidad alternada y fragmentada con subtramas que lo único que hacen es ganar tiempo en pantalla para un arco bastante simple que no requiere de ello.
De esta manera, Godzilla 2: El rey de los monstruos se logra disfrutar cuando se centra en el espectáculo que su título ofrece, pero la mayor parte del tiempo, cuando no lo hace, resulta un film monstruoso, en el peor sentido de la palabra. No llega a ser un desastre del todo abismal, pero tampoco es un producto lo suficientemente entretenido o épico como para dejar una huella recordable tras de sí. Dicho esto, mejor poner a hibernar una vez más a los titanes, al menos hasta que la mirada de un director adecuado les brinde la gloria que estas criaturas legendarias se merecen.