Muere monstruo muere
Sin nada nuevo para aportar a una saga que lleva cientos de versiones y propuestas, Godzilla 2: El rey de los monstruos (Godzilla: King of the Monsters, 2019), transforma lo lúdico y entretenido de las películas de catástrofes y monstruos peleando entre sí en un eterno largometraje anodino y carente de sustento, que, además, hace agua por donde se lo mire, principalmente, cuando se pone formal ante los conflictos de los humanos que acompañan la acción.
Hollywood se reinventa, busca en sus producciones la posibilidad de expandir fórmulas probadas, importa oportunidades de otras latitudes y, en ocasiones como esta, agrega aditamentos a la receta más vendida, a saber: “la estrella juvenil del momento”, o “la actriz que estuvo en otra película de monstruos ganadora del Oscar”, para aggiornar historias ya vistas y consumidas infinidad de veces.
No es raro que en ese afán por cumplir con todos los requisitos, las propuestas terminen por perder su alma y sentido, y, como en este caso, deambular como un híbrido deforme entre un sinfín de lugares comunes, transitados sin solemnidad en otras oportunidades, pero que resienten la continuidad narrativa de la historia y su verosimilitud.
La ecuación 'corré que ahí viene el monstruo', acá se potencia por la incorporación de una serie de criaturas mitológicas ancestrales, las que, despertadas para dominar al mundo por los villanos de turno, no hacen otra cosa que formar parte del escenario escogido por Michael Dougherty (Krampus) para revisitar el mito de Gojira, que apareció en la pantallas en 1954, y que goza de popularidad mundial y reconocimiento.
En esta oportunidad, las débiles líneas argumentales, y los motores del conflicto, se centran en un futuro cercano en donde a partir de la manipulación de información confidencial, que incluye experimentos genéticos bastante complicados con seres poderosos, terminarán por construir un camino de búsqueda por volver a un estadio original donde el equilibrio y la quietud son necesarios para evitar peligrar a la humanidad.
Pero hay algo que falla en Godzilla 2: El rey de los monstruos y ni la presencia de la protagonista de la exitosa Stranger Things, Millie Bobby Brown, de Vera Farmiga y Kyle Chandler, o de Sally Hawkins (La forma del agua), permiten transformar el tedio de un relato que bucea en la exploración de formatos televisivos y la confrontación entre monstruos para salvar el mundo de su inevitable extinción.
Como un eterno episodio en loop de Mazinger Z, o de Power Rangers, Godzilla se enfrenta a las siniestras criaturas con el objetivo de mantener a la humanidad a salvo de una extinción segura. El hombre, resumido a un espectador, sólo digita algún que otro movimiento a favor de un bando u otro.
El guion, del propio Dougherty suma drama familiar allí donde la conexión entre humanos y bestias necesita una continuidad, porque ni más ni menos lo que en capas interiores de la trama se busca, es la necesidad de un equilibrio entre ambos universos para poder avanzar en la reestructuración del punto de conflicto que se disuelve fotograma a fotograma y que ni siquiera para los más fanáticos resultará atractivo y tentador.