Hollywood insiste con Godzilla. Después de un fallido primer intento de traer a la actualidad aquel legendario monstruo japonés creado después de la segunda guerra mundial por los estudios Toho (la película de 1998 dirigida por Roland Emmerich que no es tan mala como muchos la recuerdan), y de una suerte de remake de cuatro años atrás que intentaba volver al estilo del subgénero kaiju propios de las originales (pero que sustituía el asombro por la solemnidad), ahora tenemos una secuela libre en la que la atracción principal pasa por poner a Godzilla del lado de los buenos y rodearlo de otros monstruos clásicos como Mothra, King Ghidora y Rodan para que se agarre a piñas con ellos. Bajo esa premisa, hay que reconocer que Godzilla: El rey de los monstruos cumple con su objetivo, ya que los mejores momentos del film se encuentran en los tremendos enfrentamientos que tiene el coloso verde contra sus pares, todo capturado con mucho vértigo y espectacularidad por el director Mike Dougherty (el mismo de Krampus: El terror de la navidad y Terror en Halloween) y por un ejército entero de diseñadores de efectos especiales.
Lamentablemente, como ya pasó con las anteriores versiones, el problema en este tipo de películas siguen siendo los humanos, y la cosa empeora cuando ellos ocupan la mayor parte del metraje como sucede aquí. Es que en medio del caos apocalíptico que generan Godzilla y sus amigos (entre ellos, un dragón de tres cabezas y una mariposa gigante) tenemos que soportar un drama familiar muy poco interesante entre una pareja de científicos y su hija mayor (la estrella de Stranger Things Millie Bobby Brown, que no tiene mucho que hacer acá salvo gritar y poner caras de pánico cada dos segundos), además de unas subtramas innecesarias que incluyen a un grupo ecoterrorista que busca liberar a las bestias para restaurar el orden en el planeta y a varios investigadores tontos que tratan funcionar fallidamente como comic-relief entre tanta destrucción a su alrededor. Solo Ken Watanabe como el Doctor Serizawa logra darle cierta profundidad y nobleza a su papel; la escena final de su personaje es el único momento en el que esta secuela logra generar algún tipo de emoción.
Sin duda el interés del director se encuentra en las luchas entre los titanes por el dominio de la Tierra. Pero, si bien hay muy buenos momentos de peleas entre monstruos, es tal el volumen de la destrucción que producen (con ciudades enteras decimadas y volcanes en erupción) que uno no puede dejar de sentir cierta distancia ante los niveles apocalípticos con los que se decide romper todo. Habrá que ver si Godzilla vs. King Kong consigue devolverle algo de dignidad a estos personajes legendarios de la historia del cine; de lo contrario, será mejor dejar que estas bestias descansen en paz por un buen tiempo.