El colosal simio de Warner Brothers se enfrenta al lagarto radioactivo de Toho Company en "Godzilla vs. Kong", segundo duelo de una legendaria rivalidad que data desde "King Kong vs. Godzilla" en 1962.
Kong precede a “Zilla” dentro de la historia del cine, pero ambos monstruos comparten trayectorias similares. En principio abominaciones de la naturaleza, cada uno es una respuesta a la arrogancia del ser humano sobre la misma: Kong la figura trágica del paraíso perdido, Godzilla el brutal vengador del orden ultrajado.
Todo esto está presente en la película de Adam Wingard, aunque sea de manera diluida y superficial. En verdad no hay un buen motivo para la pelea en sí (salvo definir cuál de los dos es el “depredador alfa”), pero sí para elegir un bando, dado que el guión hace un pésimo trabajo en balancear a los contrincantes: mientras que Kong es humanizado y su patología solitaria acapara la mayor parte de la historia, Godzilla recibe toda la caracterización de un desastre natural y nada más. Punto para Kong.
El componente humano urde un plan: con Kong de carnada llevar la pelea al centro de la Tierra (la Tierra es hueca en estas películas, y quizás hasta plana en la próxima) para literalmente enterrar el problema. Junto a las espectaculares escenas de lucha encarnizada, la mejor parte de la cinta se resume en esta odisea inspirada en Julio Verne hacia un inframundo prehistórico. En estas secciones descubrimos lo que falta urgentemente en las demás: capacidad de asombro y sensación de intriga.
La película está obligada a anticipar y retrasar la pelea central lo más posible, pero sin ideología en juego y con los dos monstruos ya desarrollados en sus respectivas franquicias, gran parte de la cinta se siente como una pérdida de tiempo. Hay un elenco descomunal de personajes humanos, todos acostumbrados estereotipos pero sin el beneficio de los típicos conflictos interpersonales que les harían interesantes. Ni sus muertes son creativas, sumando a la sensación de desperdicio.
El elenco en sí es dividido en dos tramas paralelas: la principal (y divertida), en la que Kong es escoltado Tierra adentro, y la secundaria, que amontona al relevo cómico en una misión tan irrelevante que recuerda la mitad menos inspirada de Los últimos Jedi (Star Wars: Episode VIII - The Last Jedi, 2017). Aquí es donde la película se cansa de impartir información inútil y humor fallido. Ojalá Godzilla y Kong pudieran pelear en paz.
Godzilla vs. Kong (2021) tiene momentos espectaculares y excitantes, destellos geniales de acción y efectos fraguados para disfrutar en toda la sonora gloria de la pantalla grande, pero son fugaces y están sopesados por el balastro de personajes blandos y la tarea de continuar una historia a la vez que se establece otra. La pelea en sí no decepciona, y guarda algunas “sorpresas” que por predecibles no son menos gratas.