Por fin llegó el enfrentamiento que todo cinéfilo esperaba. Cómo no amarlos, cómo no conmoverse con los dos monstruos más queridos y grandotes de la historia del cine. Uno es más fiero que el otro, pero ambos son hermosos en sus enormes proporciones míticas. Godzilla y Kong son capaces de sacudir una sala de cine con solo una pisada, y ya no hay dudas de que son más humanos que muchos seres humanos. Los colosos históricos de la prehistoria están de vuelta para la pelea final. No importa quién gane, son pasión de multitudes.
Adam Wingard es el encargado de dirigir Godzilla vs. Kong, la cuarta y última entrega del MonsterVerse de Legendary Entertainment y Warner Bros., cuya saga empezó con la Godzilla de 2014 y siguió con Kong: la Isla Calavera (2017) y Godzilla II: El rey de los monstruos (2019). Constituida por películas de terror artesanales y de bajo presupuesto, la irregular filmografía de Wingard cuenta con dos títulos sobresalientes: Cacería macabra (2011) y The Guest (2014), a las que se recomienda con fervor.
Si bien Godzilla vs. Kong no está a la altura de sus dos filmes más logrados, Wingard resuelve las escenas de acción con total solvencia, como si, más que un joven nacido y criado en el cine independiente, fuera un veterano de guerra de los grandes estudios, que sabe cómo homenajear a los icónicos personajes que tiene como protagonistas. El respeto y el cariño que demuestra el director por las criaturas rugientes dan como resultado una despedida triunfal que conmueve hasta las lágrimas.
Godzilla vs. Kong, además de ser un rabioso y potente espectáculo repleto de CGI, es un entretenimiento con una bajada de línea entre líneas para que la escuche quien quiera escuchar. Los monstruos no son lo que parecen, y su furia siempre está causada por la ambición humana. La naturaleza no se rebela porque sí. Los culpables son, otra vez, las corporaciones megalómanas que, con el verso de salvar la humanidad, quieren dominar el mundo.
Kong vive relativamente tranquilo en una isla diseñada para mantenerlo en cautiverio. De pronto, el monstruo nipón irrumpe desde el océano y ataca una de las instalaciones de Apex Cybernetics, la corporación que quiere llegar a Tierra Hueca, el lugar donde viven los titanes y donde se concentra toda su energía y poder. Godzilla nunca ataca sin una provocación, de modo que sus ráfagas de ira se deben a algo que Apex está creando.
Como suele pasar en las películas de monstruos, el guion se toma algunas licencias y el desarrollo de la acción es más importante que la verosimilitud de la trama. Lo que se prioriza es el espectáculo de efectos especiales y que haya una mínima construcción dramática entre monstruos y humanos, como ocurre entre Kong y Jia (Kaylee Hottle), una niña sordomuda que puede comunicarse con el simio a través de señas.
Adam Wingard se da cuenta de que una película con dos personajes dotados con semejante tamaño tiene la obligación de entusiasmar a las masas a fuerza de golpes fuertísimos y destrucciones masivas. El crossover entre Godzilla y Kong es la prueba de que el cine sigue vivo y de que nada podrá vencerlo jamás.