Godzilla

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

Bajo la sombra de los gigantes.

Ya existe el complejo de inferioridad, pero el director Gareth Edwards sabe llevarlo a un nuevo extremo con su interpretación de Godzilla. Por un lado, está la razón obvia: sí, esta nueva visión del rey de los monstruos hace que la humanidad se vea como un hormiguero indefenso ante la voluntad de los dioses. Dejando su marca arrasadora en todo el mundo y convirtiendo ciudades plenas en pirámides de polvo y escombros con sólo minutos de paso, las criaturas llenan el requisito apocalíptico que establece su figura, y que satisface a los derramadores de pochoclo. Pero lo que ahora establece el joven cineasta (ya casi un experto en las secuelas de las bestias fantásticas tras su anterior y primer largometraje Monsters, que con unos escasos 500 mil dólares de presupuesto mezcló el enganche de una premisa sci-fi con sátira política y un trágico romance de opuestos), es la personalidad de los kaijus fuera de la destrucción, al mismo tiempo que los implanta en un mundo que, para bien y para mal, sufre con esta plaga.

Tras unos créditos cubiertos con información comprometida que establecen el misterio elaborado durante la primera mitad del film, nos encontramos en el año 1999; curiosamente, es el año después del desastroso intento anterior por occidentalizar a Gojira, aunque si es o no una referencia a ese horrible robo infantil a Jurassic Park cometido por Roland Emmerich quedará al criterio de cualquiera. En Filipinas, un par de científicos interpretados por Ken Watanabe y Sally Hawkins son llevados a un descubrimiento oculto en las profundidades; algo de proporciones colosales. Mientras tanto, un catastrófico temblor en un pueblo de Japón hace que el físico nuclear Joe Brody (Bryan Cranston) y su hijo Ford pierdan todo. Las autoridades dicen que fue otro terremoto y que la zona está contaminada nuclearmente, mientras que la increíble verdad queda enterrada.

Quince años después, encontramos al pequeño Ford (Aaron Taylor-Johnson), quien ahora está bastante crecido. Tras volver de un tour como soldado a su esposa (Elizabeth Olsen) y su hijo, lo menos que él quiere es perder tiempo. Pero cuando llega un pedido de ayuda por su ya distanciado padre, el ex-combatiente se lanza en el primer avión de San Francisco hasta Tokio, iniciando la criminal cadena de coincidencias que lo posicionarán como protagonista del film. Arrastrado a su custodiado viejo hogar por Joe, quien desde hace años trata de descubrir la verdadera causa de la tragedia, él queda atrapado en el momento y lugar equivocado, con un mal monumental suelto en nuestro mundo. Es algo que llama la atención de una legendaria bestia expectante desde hace una eternidad en las profundidades del océano. Es hora de que cierto lagarto titánico salga a escena a arreglar las cosas.

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Al ver la hora inicial de la película, uno no puede evitar notar la forma en que Edwards y el guionista Max Borenstein (ayudado por varios escritores no acreditados, incluyendo a Frank Darabont, de Sueños de Libertad y La Niebla) buscan jugar con nuestras expectativas. Tomando su tiempo bajo los ejemplos de Steven Spielberg en Tiburón y Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, la producción nos tiene esperando por un vistazo entero de Godzilla, quien finalmente aparece en toda su gloria a los 50 minutos de metraje. Y aún así, la batalla entre él y sus enemigos toma su tiempo, evitando mostrarse explícitamente hasta el final. Es un ejercicio peligroso, que esta era de superproducciones premeditadas por comité hace ver como radical en comparación. Por un lado, es refrescante ver una obra que guarda sus cartas hasta el mejor momento, especialmente ahora que, entre tanto genocidio metropolitano vía pixels mostrado por productos sin alma como El Hombre de Acero y El Sorprendente Hombre Araña 2, uno siente que todos los especialistas en efectos visuales tienen un programa específico llamado MasacreUrbana 2.0 o algo así.

Pero, a la vez, el intento por balancear la intriga del film de 1954 con la manía de lucha libre monstruosa ejecutada por sus secuelas palidece en un punto específico, a la hora de darle el protagonismo a los humanos. Originalmente posicionándose como un drama de padre e hijo encajado en una gran intriga conspirativa, la historia se agarra a las figuras del desesperado Cranston y el precavido Watanabe (quien interpreta al equivalente de Takashi Shimura con frases para el trailer, en resumen), que abrazan la cursilería del material dado con aplomo suficiente para registrarlo de emociones. Pero a la media hora, el paso del foco sacado del ex-Walter White y entregado al olvidable Taylor-Johnson, testea nuestra paciencia. Con el encubrimiento argumental no causando mucho impacto y quedando flojo al lado de los terrores post-Hiroshima de la película original, todo depende de nuestro héroe caucásico, quien rebota de casualidad a casualidad con tanta ilusión como personaje de Emmerich, mientras que mantiene su única expresión facial. No es muy dotado Kick-Ass. Y a sus colegas no les va mucho mejor, tampoco. Elizabeth Olsen, uno de los mejores nuevos talentos femeninos, es reducida al rol estereotípico de cónyuge preocupada. Sally Hawkins, recién nominada al Oscar por Blue Jasmine, queda limitada a hacer caras consternadas y taparse la boca. Y mejor ni desarrollar el desperdicio de Juliette Binoche. Suena justo decir que la pata de Gojira causa más excitación que el elenco entero.

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Pero cuando Godzilla entra en escena, todo se olvida. El coloso no pide perdón, sólo ahogando a cientos de personas en un tsunami causado por su mera salida del mar. Desde ahí, su misión es simple, concreta y brutal, con un espectral paralelismo esbozado con la vida del soldado que se une en el masivo y verdadero climax, la obliteración de San Francisco. Allí, Edwards mezcla la sensación microscópica de la gente (culminada con la excelente y pulsante mirada del salto de una tropa en paracaídas mientras los engendros radiados sacuden el lugar y arrancan edificios, todo al ritmo de este track de 2001: Odisea del Espacio) con el anticipado conflicto entre los titanes escamosos, que hace que cualquier fan se quiera parar a aplaudir. Ese desenlace salva a la nueva Godzilla, que gracias al talento de Edwards se vuelve una de las mejores entregas y un excitante reinicio. Una verdadera sinfonía de destrucción.