Es un monstruo grande...
Los estudios japoneses Toho crearon a Gojira (o Godzilla) en la película original de 1954 -la primera de 28 que tiene el monstruo- como una metáfora, la representación del terror que causó en tierras niponas el ataque nuclear de los Estados Unidos sobre Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Gojira, un dinosaurio mutante, supo salvar a Tokio antes de que lo enmarañaran con invasiones extraterrestres o seres igualmente fantásticos.
El director inglés Gareth Edwards es mucho más fiel a aquel espíritu del que se alimentó el mutante, que el desastre que hizo Roland Emmerich en 1998 con su versión de Godzilla. Hoy, Godzilla es una aterradora fuerza de la naturaleza, en una trama en la que las primeras pruebas nucleares han tenido consecuencias nefastas, inimaginables, y cuyo rebote lo pagarán distintas ciudades de este siglo XXI.
Tal vez se haya pensado en una nueva saga made in Hollywood, porque Godzilla aparece poco y nada. Convertido en el héroe, debe enfrentar a un OTENI, un organismo no identificado, en fin, otro monstruo que el Estado ha mantenido convenientemente oculto, y que para crecer debe alimentarse de energía. Le da lo mismo torpedos, o una planta nuclear. Una vez liberado, hacia allí va.
Lo desparejo del filme es que cuenta con un elenco internacional en el que sobreabundan los nombres con talento (un Bryan Cranston - Breaking Bad- con peluquín, Juliette Binoche, Sally Hawkins, David Strathairn) que poco y nada pueden hacer con sus papeles. Y un reparto joven (Aaron Taylor-Johnson y Elizabeth Olsen) que sí, está a la altura que merece ante el monstruo de 100 metros: están chiquititos.
El mensaje ecologista y antinuclear es claro, pero uno adivina que quien paga para ver Godzilla en 3D quiere ver al monstruo combatir y destrozar edificios mientras el malo se come los torpedos como pochoclo, mientras hace lo mismo -engullendo pochoclo, no destrozando nada-. Hay buenos efectos para la increíble credibilidad que se necesita en este relato. Un filme que comienza mucho más prometedor que como termina, por aquello de que generar tensiones siempre es más redituable que dar todo servido en bandeja. O en una lata de pochoclos.