Un monstruo tímido y aburrido
El cine catástrofe es más difícil de hacer de lo que parece, básicamente porque debe navegar entre dos miradas: la macro, centrada en el desastre en cuestión, y la micro, focalizada en las historias particulares, humanas, que se dan dentro del gran evento. Hay que saber balancear entre la espectacularidad y el relato más terrenal, lo cual es más complejo de lo que se podría imaginar previamente. El otro peligro es, obviamente, la metáfora política: los sucesos extremos permiten lecturas ideológicas de todo tipo, explicitando miedos o potenciales focos de conflicto, pero se corre el riesgo de ser obvio y esquemático, entorpeciendo el avance de la narración.
Esta nueva versión de Godzilla comete equivocaciones, en mayor o menor medida, en todas las variables mencionadas en el primer párrafo. Hay, sí, una búsqueda por reelaborar el mito japonés más profunda que en la mediocre versión de 1998 de Roland Emmerich: si inicialmente el monstruo era una metáfora extrema de los peligros atómicos y las heridas post-Hiroshima, en el nuevo milenio la actualización pasa por la energía atómica, tomando los riesgos que representan en el presente las centrales de producción de energía. A la vez, se reedita esta concepción del hombre como un mero eslabón en una cadena evolutiva, donde no está precisamente en lo más alto de la pirámide. Sin embargo, todo está excesivamente explicitado, sobreexplicado, dicho casi a los gritos, y encima de forma demasiado seria y ceremoniosa.
Si Godzilla termina siendo “demasiado seria” no es porque la seriedad en sí esté mal, sino porque para que impacte en el espectador tiene que apoyarse en personajes creíbles que puedan transmitir esa sensación de estar al borde de la extinción sin dejar atrás sus dilemas personales. Lamentablemente, eso no sucede: a pesar de tener unos cuantos personajes decisivos en la trama, el centro real del film es el soldado interpretado por Aaron Taylor-Johnson, quien protagoniza un drama familiar donde deberá reconstruir, al menos en parte, la figura paterna que tiene en crisis desde su infancia, mientras a la vez trata de proteger a su esposa (Elizabeth Olsen) y su pequeño hijo, aunque ninguno de esos conflictos generan una mínima empatía. La performance de Taylor-Johnson es sin lugar a dudas como mínimo mediocre -nunca le creemos nada, parece carecer de la más mínima sensibilidad-, pero también es cierto que el guión no le da chances. De hecho, son bastante más atractivos los personajes de reparto, como los interpretados por Ken Watanabe, Sally Hawkins, David Strathairn y especialmente Bryan Cranston, aunque quedan claramente relegados.
Pero claro, nos estamos olvidando del personaje del título, enfrentado aquí a otros exponentes de su especie y convertido casi en un héroe contra su voluntad, que representa la fragilidad de la especie humana frente a las fuerzas de la naturaleza. La película no se olvida, está permanentemente pendiente de eso, pero también del drama humano, y jamás consigue que las dos vías narrativas se entrecrucen fluidamente. Al contrario, se restan, se empantanan, bloquean el progreso del otro. En consecuencia, Godzilla y los otros monstruos aparecen a cuentagotas, sus fuerzas destructoras recién son expresadas en su verdadera magnitud sobre los minutos finales, luego de una hora y media que se estira demasiado en espera de la acción en toda su magnitud. Lo que podría ser positivo -el ir revelando de a poco al verdadero centro de la película, el ir desarrollando de forma pausada su iconicidad, como en Tiburón- termina siendo en verdad casi un acto de cobardía: pareciera que a Godzilla (la criatura y la película) le diera culpa el acto destructivo, y por eso recién sobre el final es capaz de soltarse. Allí es donde el film crece, porque es más libre e interpela al fanático sin vueltas, casi sin deberle nada a nadie.
Aún así, con su exabrupto demoledor del último segmento, Godzilla carece de la capacidad de generar el temor de Tiburón o Jurassic Park, no goza de la espectacularidad y la profundidad en su lectura política de Guerra de los mundos, no posee personajes atractivos como El día después de mañana o La furia de la montaña, ni siquiera tiene el apetito destructivo -tan bellamente infantil- de Titanes del Pacífico. Y encima carece de humor, no tiene un solo chiste, una sola observación sarcástica o irónica. Ver Godzilla termina siendo una experiencia muy seriota, muy asentada en la pose reflexiva y hasta soporífera.