El espectador argentino puede elegir exponerse a muchas de las ofertas a nivel mundial que llegan a las carteleras. Sin embargo, cuando hablamos de cine de género, esa ventana se ve reducida a un solo país de origen, habitualmente Hollywood. En escasas ocasiones suelen aparecer propuestas de esta naturaleza oriundas de otros países, y casi siempre desilusionan porque apuntan a copiar el modelo Hollywoodense.
Golem le huye a todo esto. Se arraiga tanto en el folklore de su país de origen, Israel, que nos ofrece una perspectiva diferente, profunda e inteligente (pero no exenta de gore) sobre una problemática actual.
Será deseado o no será
Golem tiene dos aciertos concretos: primero, el poner cada detalle de un folklore autóctono al servicio del cine de terror; segundo, utilizar el pasado para hablar del presente. Profundizando en este último punto, el tema de fondo claramente es la descendencia, poniéndola en debate en cuanto a si debe acatarse como una obligación social o se debe respetar el deseo individual de la madre.
Este debate permea todo el universo del film y el desarrollo de sus personajes.
El valor que esta comunidad le da a la descendencia está ligada a la idea de perpetuidad. Cualquier cosa que la amenace es percibida como un ataque a su existencia y como una extinción inminente. Es precisamente este tema lo que une a los dos bandos en Golem: La Leyenda. Le dan un valor tan grande que están dispuestos a hacer lo que sea por defenderla. Es eso lo que los une y, a la vez, los separa. Las actitudes que ambos adoptan es lo que les otorga matices y multiplicidad de dimensiones a los personajes.
Si de defensa nos ponemos a hablar, la película también se anima a plantear el argumento de la contraviolencia como respuesta a la violencia, y el qué ocurre cuando se sale de control y esa “solución” deviene en un problema mayor.
En este contexto, la presión sobre la mujer es tal que la reduce a ser lisa y llanamente una dadora de vida, sin voz ni voto, pero sí con obligaciones. El no cumplirlas la pone bajo el más cruel de los escrutinios. Aunque Golem plantea el debate, el lado que toma es claro: es al final del día la mujer quien elige si debe ser madre. En sus términos, a su tiempo, y no según la imposición de una tradición. Es en este libre albedrío donde encuentra su raíz el ingrediente de genero del film. La mujer no solo elige dar vida, sino a qué.
La protagonista no da a luz a un hijo, pero si crea a un Golem. Ese Golem, esa defensa, no toma exclusivamente la forma de un monstruo gigante, sino de aquello que su creador desea más que nada, trayendo como daño colateral que sea también la manifestación física de los deseos más oscuros de su subconsciente. Como si esto fuera poco, son muchos los guiños que da el film sobre del riesgo de otorgarle a la maternidad más entidad creadora de la que merece, haciendo muy fácil la confusión con jugar a ser Dios.
El gore está presente, pero estamos hablando de género como el medio para contar algo mucho más profundo. El conflicto externo es lo que detona la trama y le da la pauta al ingrediente de género para que sea justificado y no desentone.
La única reserva de esta crítica es que, cuando dicho conflicto parecía estar resuelto, es vuelto a despertar. El retorno forzado de los antagonistas le quita un poco de lustre a una historia sobre la autodestrucción detonada por la tradición, pero ello no es suficiente para llamarle fallida.