Con más vértigo que espíritu, "Good Time: Viviendo al límite", de Benny y Josh Safdie, bucea en varios géneros en busca de un submundo que no se suele ver en pantalla. A fines del Siglo XX, con un cine argentino algo anquilosado y una camada de realizadores salientes de las nuevas escuelas de cine, surgió una movida muy popular que se conoció como el Nuevo Cine Argentino.
Una propuesta que venía a renovar desde la independencia a un cine algo parado e industrializado en viejos esquemas e historias.
Una de sus vertientes es la que recayó en historias del bajo Buenos Aires. Mostrar ese sector social que no se veía, que no tenía voz, mayoritariamente joven, de bajos recursos, y vidas arrastradas a la marginalidad. "Good Time: Viviendo al límite", de los hermanos Safdie, parece un exponente salido de esa camada, quizás tardía para nosotros, quizás expositiva de una crisis social que se vive actualmente en el país del norte.
Constantine “Connie” Nikas (Robert Pattison) y su hermano Nick (interpretado por el director Benny Safdie) llevan a cabo el robo a un banco, pero nada sale como debería. Tras esto, Nick, el hermano menor, es encarcelado. Connie contará con una noche para tratar de liberar a su hermano, y para esto, su sumergirá cada vez más en un submundo de violencia y perdición, todo esto con el reloj que no para de marcar tic tac. La historia es sencilla y no presenta demasiadas vueltas.
Es más suena, y es, una excusa para poner a los personajes en situación. Esa noche en el que cualquier acto violento (en el sentido amplio de la palabra) estará permitido. Tanto desde el guion del Josh Safdie (el que no actúa) y Ronald Bronstein, la puesta, y la fotografía de Sean Price Williams imperan la idea de caos desde la luces de neón, la oscuridad, la sombra, y lo sudoroso.
Algunas escenas se alargan demasiado, pero en sí, hablamos de un film que no se detiene y fluye a ritmo de un vértigo venoso, casi al pulso de un latido.
Safdie muestran cine de acción, clima de suspenso, e inevitable drama, en definitiva Good Tima: Viviendo al límite es un drama. Pese a contar con una historia sencilla, el ritmo y el clima impreso desde el guion y lo visual hacen que el conjunto se torne confuso. Cuesta seguirle el hilo, como si ese vértigo se trasladase al espectador produciendo agotamiento.
Sus escasos 101 minutos de duración terminan por parecer en el cuerpo y mente mucho más. El submundo que los Safdie muestran, como era de esperarse, se plaga de clichés y lugares comunes, lo cual hace dudar de esa supuesta realidad que querrían mostrar. El muestrario que exponen pareciera apuntar hacia cierto lado, lo cual la hacen ideológicamente algo cuestionable.
El vértigo y la adrenalina impresa en cada fotograma, con la ayuda del tiempo corriendo, colaboran en disimular una historia que, de tan pequeña, a veces no avanza, plantea una situación y en eso se queda. En realidad, su ritmo narrativo no es del todo parejo. Todo se reduce a Connie yendo de un lado a otro, manteniendo encuentros casuales, saliendo de una y entrando en otra.
Una especie de bucle o círculo que provoca rutina, más allá, repetimos, de que todo avance rápido. Benny Safdie como Nick transmite los problemas que lleva su personaje; y en la relación tumultuosa entre ambos hermanos se encuentra lo mejor de la película.
Robert Pattison encara uno de esos roles que sirven para huir del encasillamiento de galán. Si bien su labor no es brillante, le alcanza para aprobar y demostrar que puede hacer de otras cosas que no sean vampiros brillantes y buenotes. "Good Time: Viviendo al límite" presenta una propuesta que juega a lo marginal pero que no le escapa al lugar común y a la ideología ya conocida y cuestionada.
Disimula a puro vértigo agotador una historia pequeña y algo rutinaria a la que le falta una mejor ilación. Un claro ejemplo de algo que suena mejor en los papeles que en la concreción de los resultados.