París no siempre es una fiesta
Belén Blanco protagoniza esta película sobre una argentina que se exilia en la fría capital francesa, y traba relación con el fotógrafo que le alquila su habitación. El sexo vigoroso es la parte fuerte del filme del director Sergio Mazza.
Una mochila pesada, que carga en un hostil enero de un París poco turístico. Con el frío como protagonista y lo plomizo como carácter, la recién exiliada María busca refugio en una habitación que le alquila a Jerome (Antoine Ronan Raux), un fotógrafo francés recién separado que domina la lengua española por su paso por Bilbao.
La actriz Belén Blanco -que habla un correcto francés- se sumerge en el papel de una inmigrante que irradia vacío. Y todo dentro de un ámbito que graba a fuego el peso de haber dejado su tierra en busca de un destino mejor.
Jerome, quien atraviesa las típicas peripecias legales con cartas de abogados de por medio y el intermitente contacto con su hijo Nico, encastra por necesidad -y 500 euros mensuales- el presente de María dentro de su propiedad. Y la soledad, de a poco, los irá acercando a lo largo de tres capítulos.
Ella parece un fantasma mientras recorre las calles de la capital francesa, es casi nulo su contacto social, invisible dentro de su presente densidad en la que el director Sergio Mazza refleja la dificultad de mantener un trabajo siendo extranjero. La fría burocracia del papeleo laboral, sus tensas esperas, todo repercute en el pétreo rostro de María, quien con conversaciones secas y monosilábicas -tanto con Jerome como con sus familiares- muestra una angustia latente: la de buscar pertenecer a la fuerza a una tierra ajena. Sólo el río Sena parece acompañarla en su crepuscular contemplación.
El sexo vigoroso es la parte fuerte del filme (¡doce horas de filmación a solas con Ronan Raux!) que proyecta el alma de la película: la carnalidad pura, el amor lejano, un simple trámite de actividades físicas donde luego cada pieza vuelve a su cono de sombra.
Cuando Jerome y María comienzan a hablar en español, Graba quiebra su rígida estructura de padecimientos y los actores se humanizan en un ámbito donde la desnudez de ella (tanto en las fotografías de Jerome como en el aseo personal) muestra su vulnerabilidad latente, bien llevada por el realizador de la geométrica Gallero, la expresionista El amarillo y la flamante Natal. Al final, una propuesta laboral hará cambiar el rumbo de la joven, tentada por un rapaz amigo de J erome. Lo que no quita, como cita Héroes del Silencio en una canción: “En sus ojos apagados, hay un eterno castigo”.