Gracias Gauchito: Un western bien autóctono.
El “Gauchito Gil” es una figura venerada en muchos rincones de nuestro país, una figura marginal, un santo “bien de acá”. Y no solo su mitología es interesante, sino que la épica que vivió también lo es. Aquí un repaso de un film que no pasará desapercibido.
Como fanático del cine desde niño y, en especial, de las “películas de vaqueros” o Westerns, siempre me fascinó el héroe trágico, el desposeído, al que le quitaban todo y siempre tenía una moral para hacer el bien sin mirar a quien. Siempre de pocas palabras y la Colt lista para ser desenfundada; castigar al villano de turno para luego cabalgar hacia el horizonte del atardecer, dejando atrás ese amor que no podrá ser nunca, porque así son los héroes solitarios.
Siempre me fascinaron estas historias y, con el conocimiento de la vasta historia argentina, llena de bandoleros, criminales campestres y pseudo-Robin Hood, no entendía como había tan pocos exponentes de esto en cines. ¿Cómo alguien no se le ocurría contar la historia de gente venida a menos, de hombres que dieron la vida (una ficción mezclada con la realidad, quizás) en las épocas donde la ley era la del más fuerte?
No recuerdo caso más fascinante que el de Leonardo Favio y su “Juán Moreira (1973)”, el gaucho que le hizo frente a los poderosos y se convirtió en mártir. Pero hay más, muchos más. Y, a Dios gracias, el realizador Cristian Jure hoy decide contarnos la historia de Antonio Mamerto Gil Núñez, más conocido como el “Gauchito Gil”, santo autóctono protector de los más pobres y desposeídos. Su figura, en forma de estampitas y altares de color rojo, puede ser divisada en numerosos caminos y rutas argentinas. Pero nadie sabe a ciencia cierta su historia. La mayoría lo tilda de cuatrero, asesino y luego, santo.
“Gracias Gauchito (2018)” basa su guión en el libro de Orlando Van Bredam “Colgado de los tobillos” sobre la figura del santo, y Jure nos mezcla la leyenda con la construcción del mito alrededor de su figura: La figura de “Gauchito Gil” como santo se consolida cuatro décadas después de su muerte, cuando un viejo (Héctor Silva) va por los pueblos construyendo la leyenda del santo pagano de los pobres. Mientras instala altares rojos en cantinas y caminos, va narrando la historia con la convicción de los que creen en sus milagros y con la autoridad de haber conocido en vida las hazañas de aquel Gaucho retobado, que supo cultivar justicia en tiempos de guerra.
Enmarcada en el siglo XIX, la vida del Gauchito estuvo signada por la tragedia: su padre muere en la guerra, su hermanita es robada y su familia es expulsada de la tierra. Con ansias de justicia se encuadra, al inicio de su juventud, en la tropa de Zalazar (el multifacético Diego Cremonesi), un guerrero astuto al servicio de las causas de turno. Pero las atrocidades de aquella banda lo obligan a escapar, convirtiéndose en un desertor condenado a la pena capital.
Ya Gaucho adulto y sin rumbo, el personaje interpretado por Jorge Sienra cabalga por los campos de la mesopotamia, un poco para impartir justicia y un poco por culpa de los aberrantes hechos que no pudo impedir por parte de sus compañeros de armas. Así su figura de a poco se va convirtiendo en leyenda, venerada y hasta “milagrosa”, excepto por su cruel enemigo, quien no parará hasta detenerlo y matarlo.
“Con la sangre de un inocente se cura a otro inocente” serán las palabras del Gauchito Gil que resonarán en la Eternidad ante un improvisado cadalso y verdugo, antes amigo.
La ficción se mezcla con la realidad, y la leyenda con el Mythos crístico: el realizador decide en cada plano resaltar al Gauchito como una figura heroica, tanto desde su aspecto físico similar al imaginario del Cristo como al del superhéroe llegado desde Krypton, esa escena casi calcada de “Batman V Superman (2016)”, demarcando claramente que las capas y las cintas rojas no están tan distantes a la hora de hacer el bien.
Tampoco podemos dejar de nombrar esa vuelta de tuerca final, quizás cayendo en el spoiler, pero es imperativo demostrar que ESE personaje amplía la visión del director al asociarlo con la figura del Longinos, como así también de Pablo de Tarso, dos conversos que comenzaron sus carreras como la contraparte de Jesus Cristo y las culminaron como evangelizadores de su palabra. Aquí también, Cristian Jure asocia una vez más al Gauchito con la figura más emblemática de la religión occidental.
Obviamente no es para menos, por que el Gauchito Gil es nuestro y debemos estar orgullosos. Una figura que, aún mítica, lleva alegría y realza la Fe en los corazones que menos tienen. Y eso, en estas épocas en que la maldad en el mundo prolifera más que nunca, es un bálsamo bien recibido. ¡Y además es un Western!