Un superhéroe para tiempos aciagos.
¿Cómo se construye un mito? Adaptación del libro “Colgado de los tobillos” del ensayista y autor entrerriano Orlando Van Bredam, Gracias Gauchito es una grata novedad que ofrece nuestra cartelera local. Resulta atractiva la versión cinematográfica que se realiza sobre la vida y tragedia de una figura marginal, producto de una época salvaje. Con aires de western, Cristian Jure concibe una obra sólida y meritoria, donde intenta instruccionarnos acerca de la dimensión popular que adquiere a través de los tiempos esta especie de Robin Hood vernáculo.
El recuerdo del cine histórico sobre héroes populares, próceres y guapos nacionales trae a la memoria clásicos de Leonardo Favio (Juan Moreira), Leopoldo Torre Nilsson (El Santo de la Espada, Martín Fierro, Güemes) Lucas Demare (Pampa Bárbara, La Guerra Gaucha) y, más acá en el tiempo, Fernando Spiner (Aballay). Estos hitos de nuestro cine conforman una selección apenas dentro del nutrido grupo de obras que han explorado este tipo de género tan autóctono en el terreno local.
En este sentido, Jure apela a dichas tradiciones genéricas para concebir un producto que pone el acento del relato sobre las hazañas protagonizadas por el gaucho Antonio Mamerto Gil Núñez, conformando la silueta de un héroe que cimentó su legado de generación en generación, en el boca a boca. Muerto en la ciudad de Mercedes (Corrientes, ejecutado por degollamiento) al tiempo que pronunciaba la frase “con sangre de un inocente se cura a otro inocente”, el sino trágico del final del héroe marcó su destino para siempre. Cabalgando imponente y surcando llanuras, la figura de esta leyenda emerge bajo las contradicciones que siempre rodearán a la historia real. Se trata de un fenómeno singular e inexplicable.
El relato utiliza el recurso de la narración en off mezclado junto a escenas que recrean los sucesos, brindando como resultado una narración no del todo uniforme. Sin embargo, es interesante como se inserta en el relato los dobleces que también forman parte del mito. El ‘lado b’ de la historia, ese que lo defenestra como un asesino y un fuera de la ley, también viene a aportar polémica y debate acerca del aura festiva que rodea su figura. Basta con observar los rituales que atraen a multitudes a los costados de las rutas argentinas, celebrando, agradeciendo y orando alrededor de su condición de santo milagroso. Nos damos cuenta que estamos ante un fenómeno único, que propaga estampitas y altares a lo ancho y largo del país. Está claro, el mito del masivo santo popular que ha generado incontables leyendas a su alrededor lo convierte en material suficientemente atractivo desde lo cinematográfico.
Un siempre impecable Diego Cremonesi acompaña en un rol fundamental al personaje del Gauchito, que con solvencia interpreta Jorge Sienra. Partiendo de un relato que comienza en flashback desde una pulpería, el film recreará los acontecimientos fundamentales que formaron parte de la vida del protagonista, buscando comprender su real magnitud a través de las injusticias que sufre a lo largo de su vida, hechos que lo convierten en un proscrito, en un fugitivo.
La ayuda a los inocentes desfavorecidos y desposeídos fue forjando las convicciones de este héroe del pueblo; y a partir de allí el director recrea su apariencia. Temas como el castigo, la culpa, la injusticia y la venganza van dando profundidad y carnadura a Gil, a medida que el film expone sus convicciones, sus valores, su drama personal y sus pasiones. También sus flaquezas, en donde podemos apreciar un héroe carnal y falible; que cae débil, seducido y rendido ante la belleza de una mujer.
Mezclando el español de época, con dialecto guaraní y los modismos propios, la historia se nutre de una ambientación muy cuidada en su recreación, de la cual solo hace falta observar, sin embargo, algunos anacronismos de vestuario. Tampoco desatiende el realizador su labor técnica, dando preponderancia a rubros que ennoblecen la propuesta. Una fotografía muy lograda, sacada del mejor western americano, consigue un tratamiento del color muy rico en matices, que apuesta a la intensidad visual para recrear las violentas escenas de batalla y los atardeceres crepusculares. El permanente recurso de la música, con ritmos y melodías acordes al folclore del lugar, sobresale en un inventivo uso que va desde lo externo incidental a lo perteneciente de la historia, hecho que también contribuye a recrear el relato.
La postura ideológica, de igual manera, no deja escapar los intereses del film. La épica pura de la Argentina en el siglo de su independencia enmarca la cronología del relato, cuyo retrato histórico ubica en la Guerra de la Tripe Alianza (1864-1870). El discurso que se cuenta siempre según los antagonismos y las antinomias que la historia ha avalado, muestra a los poderosos dueños de campo y las clases trabajadoras que luchan por sus derechos. Allí, en medio de ese dilema, aparece la figura del Gauchito Gil. Un héroe de carne y hueso que al cine le faltaba, protagonista de un relato pintoresco y costumbrista, que devela las injusticias que éste ha sufrido, abrevando de la figura mística que el tiempo ha prolongado.
Si el encargado de llevar de pueblo en pueblo la leyenda es quien pronuncia la frase “la peor de las culpas no es la que te mata, es la que no te deja vivir en paz”, la misma toma suficiente vigor comprendiendo las circunstancias trágicas del desenlace. Aquella culpa se resignifica sembrando un interrogante que, sin intentar arruinar sorpresas, el público descubrirá en la escena final. Lo irónico de todo es que la leyenda construida puede ser transmitida, incluso, por tu propio verdugo.