Siempre hay un roto para un descosido
El sexo y la sexualidad suelen ser material habitual para melodramas pseudo-indies ambientados en Nueva York, donde parece que la neurosis urbana ha terminado condenando al habitante medio a una crisis existencial vinculada con su deseo: por ausencia o por exceso de ello, el ser humano sufre. Gracias por compartir es otra de esas comedias con espíritu independiente, pero que terminan abrazadas a las convenciones más recurrentes para retratar los conflictos familiares. Que en este caso tienen que ver con adictos al sexo que están en etapa de recuperación o -al menos- lo están intentando. Si hay algo que destaca en el film de Stuart Blumberg es que su falta de pretensiones le vuelven un ameno y ligero muestrario de diversas dolencias, antes que un excesivo y sórdido drama puramente efectista a lo Shame: sin reservas.
Este año vimos Entre sus manos, de Joseph Gordon-Levitt, que hablaba de un adicto a la masturbación. En ese mismo plan van estos personajes, aunque ya los encontramos en charlas de autoayuda, lidiando con lo suyo. Pero a diferencia de aquel film, que intentaba indagar en el porqué de la adicción, aquí se busca ser un poco más comprensivo con el doliente: se nos dice, en todo caso, que dicha adicción viene de alguna fragilidad emocional que no podemos manejar. Y que, finalmente, la “cura” no llega mágicamente sino que se da en una lucha con un mismo. Sin cuartel. El último plano connotará, astutamente, que esa pelea es eterna, que nada nos aleja definitivamente de ese que fuimos y que los estímulos y el contexto potencian las recaídas.
Así como lo vemos, Gracias por compartir es una película de tesis para discutir en programas de radio. No hay casi elementos cinematográficos dispuestos con astucia para mirar a sus personajes desde la puesta en escena: película de guionista en definitiva, todo lo importante que pasa por el film se da a través de sus diálogos. Que a veces son astutos, otras inteligentes, pero muchas veces caen en frases altisonantes o de manual, más allá de la autoconsciencia que por momentos se exhibe. De todos modos hay que reconocerle a Blumberg que con un pasado que tiene guiones como el de Mi familia, es un tipo con una oreja hábil para abordar -con la mayor serenidad posible- temáticas tabú y convertirlas en algo cotidiano, humano, cercano.
Para esto último en mucho ayuda la presencia del trío protagónico que integran Mark Ruffalo, Tim Robbins y Josh Gad, quienes aún recurriendo a sus propios estereotipos cinematográficos, hacen que sus personajes -plagados de tics y comportamientos recurrentes- criaturas con dimensiones y cierta calidez. De hecho, cuando Gracias por compartir se pierde es cuando abandona esa ligereza y se ve seducida ante la posibilidad de que sus personajes tengan alguna recaída; porque en el fondo esta es una película sobre ascensos y caídas, con final tranquilizante. Lo mejor de la obra de Blumberg es en definitiva su mirada desprejuiciada sobre las adicciones de sus protagonistas y cómo trabaja la necesidad de un otro, que puede ser tanto una pareja, un amigo o la familia. Sin mayores riesgos y con una narración asimilable para cualquier público, Gracias por compartir es esa clase de productos que parece más un programa de autosuperación que una película. Así y todo, hay momentos amenos y de cierta verdad que salen a la superficie.