Ella, él y nosotros
Granada y al paraíso (2015) es una apuesta netamente independiente, es decir carece de todo tipo de apoyo tanto oficial como privado. Y es por eso que se puede permitir experimentar y afrontar todo tipo de riesgos.
La historia se ambienta en Buenos Aires durante el 2012, año que la cultura maya había vaticinado el fin del mundo. Un matrimonio se separa y sus integrantes deben volver a una forma de vida que les resulta entre ajena y esquiva. Cada uno por su lado se debate entre si tira todo por la borda y empieza de cero o apuesta a ese dejo de esperanza que le queda para recuperar lo perdido, en el sentido más amplio de la palabra. Pero la pregunta es ¿cómo?
En su segundo largo de ficción, el realizador Augusto González Polo (Capital (todo el mundo va a Buenos Aires), 2007) apuesta a un relato fragmentado, que va en sintonía con el estado que quedó la relación, para contar desde el punto de vida de ambos como siguen adelante con sus respectivas vidas. Cada uno realizará el duelo como pueda y eso es lo que la película muestra. La diferencia es la forma en que decide encarar el relato de una historia que ya fue contada un centenar de veces. Y eso ya es un logro estético y narrativo.
Más allá de sus defectos (con el sonido sobre todo y cierta pretenciosidad en los diálogos con el uso de frases que viran entre la autoayuda y el espiritualismo) y virtudes (visualmente tiene algunos planos y encuadres muy logrados, además de un gran trabajo en la fotografía), Granada y al paraíso resulta una creación experimental atractiva para aquellos que buscan ver un cine diferente, hecho sin plata pero con ganas.