Tecnología afectiva
Desde que John Lasseter se convirtió en director creativo tanto de Pixar Animation Studios como de Walt Disney Animation Studios, ambos estudios se han convertido en una especie de Eje del Mal, plagado de gente repugnante y malvada que se la pasa haciendo obras que nos dan esperanza respecto a la chance de un mundo mejor. Después uno, espectador, sale del cine y se encuentra con el mundo real, con lo que se pregunta lo siguiente: “¿cómo diablos puede ser que todo suceda exactamente al revés de lo que pasa en los films de Disney y Pixar? ¿Es que acaso les complace convencernos que el universo en que vivimos puede y debe ser un lugar hermoso? ¿Por qué no nos dejan seguir padeciendo películas como Babel o Vidas cruzadas, y continuar con nuestro habitual cinismo, creyendo que nada ni nadie puede cambiar?”. Son realmente de lo peor.
El caso es que Grandes héroes -y Festín, el corto que le precede, que merece su propio texto aparte- es una nueva instancia del villanesco plan de Lasseter y su pandilla. Esta vez los responsables primarios son los directores Don Hall y Chris Williams, además de los guionistas Jordan Roberts, Daniel Gerson y Robert L. Baird, que no llegan a las alturas de maldad suprema de otras obras maestras como Toy Story 3 o Enredados, pero no dejan de ser criminales respetables. Su film no deja de marcar un pequeño hito, porque implica la unión de Disney con Marvel, adaptando un cómic del sello de historietas. Pero claro, es una adaptación libre, que toma su propio camino -de hecho, no está inserta dentro del universo cinematográfico de Marvel- aunque no dejen de detectarse ciertas influencias: en el protagonista, Hiro, hay mucho de Peter Parker/El Hombre Araña en su construcción como héroe a partir de la inteligencia -sin excluir la fragilidad física- y del dolor por la pérdida familiar (en este caso su hermano, Tadashi); la relación cuasi lúdica con determinadas instancias de la tecnología se emparentan con Iron Man; y la construcción de un grupo heroico, que es casi una familia formada a partir de los lazos de amistad, donde la suma es más que las partes, se establece una clara semejanza con Guardianes de la Galaxia.
Igual, esta definitivamente no es una película de Marvel, sino de Disney, o más bien de Disney con el plus de Pixar. Y es probablemente el film de ambos estudios que más interés ha mostrado en explorar el paisaje urbano: la ciudad donde transcurre el relato, San Fransokyo, tiene una arquitectura y un diseño con vida propia, que se convierte en el vehículo perfecto no sólo para la aventura en particular que se cuenta, sino también para el tiempo futurista donde transcurre. Se puede intuir toda una historia -o más bien, una Historia- en esa ciudad marcada por el choque de las culturas occidental y oriental, que afecta a los personajes y por ende al público, potenciando a la vez la estética de Grandes héroes, que dialoga con toda una tradición del manga japonés a través de sus personajes con ojos gigantescos, el villano, llamado Yokai -que significa “espíritu” o “fantasma”- o la permanente apelación a lo espiritual, a lo fantasmático, a una dimensión diferente donde los cuerpos descansan y a la vez esperan, con lo robótico funcionando como particular enlace.
Y si hablamos de lo robótico, Baymax, ese adorable robot gordote y blanco, se merece un párrafo aparte. Es que es indudablemente un comic relief al estilo hollywoodense, de esos que a través de ciertas frases, latiguillos o actitudes corporales -su “Balalalala” cuando saluda está entre los gestos de este año cinematográfico- pero está también influido por la cultura japonesa. Es, de una particular forma, un vehículo espiritual, una conexión con el más allá donde está el hermano de Hiro, y también un hermano sustituto, un tutor desde su posición de insólito pero pertinente consejero. Finalmente, su carácter de robot médico trasciende la sanación del cuerpo para sanar también el espíritu, el alma rota de Hiro. Es un personaje no sólo querible, porque él también quiere. Y espiritual aún desde su materialidad robótica.
Grandes héroes -que tiene sus imperfecciones, más que nada en cómo apresura ciertas instancias de la narración- se aparta de buena parte del universo de Marvel en cómo sus protagonistas no son heroicos a su pesar, sino porque su inteligencia se los reclama, dejando rápidamente atrás las dudas que podrían detenerlos -el ser “nerd” es aquí definitivamente una virtud-. Es un film que piensa al conocimiento -y por ende la ciencia- como instrumento de poder, tanto para bien como para mal, y donde las decisiones éticas y morales están atravesadas por las formas de aprendizaje. Y es también una película sobre el dolor, cómo influye en las personas -en esto es llamativo cómo Hiro, frente a determinadas revelaciones, es capaz de reaccionar igual que el antagonista- y cómo la única manera de afrontarlo es través de los afectos. En eso, Disney y Pixar (esos malditos) siguen siendo los mismos de siempre, con una coherencia inquebrantable.