Alfonso Cuarón lo hizo de nuevo, uno de los directores actuales con más talento a la hora de lograr impacto visual vuelve a sorprendernos otra vez, vuelve a darnos más de lo que esperábamos... y eso que en esta oportunidad parecía que ya estaba todo contado en el abstracto trailer; pero no, Gravedad es mucho más que dos astronautas sueltos en el espacio; es una de las obras más personales y con más peso dramático del mainstream hollywoodense de los últimos años, y eso que cuenta con elementos de desarrollo mínimo.
La historia sí, es simple y esperable, anticipada; la Dra. Ryan Stone (Sandra Bullock) ha desarrollado un sistema satelital complejo que permitirá capturar imágenes de nuestro planeta a un nivel increíble. Se encuentra en una estación espacial en plena instalación de los satélites con la asistencia de los astronautas Matt Kowalski (George Clooney) y Shariff. Pero ya desde el principio se vislumbra un inconveniente, una ráfaga de desechos interespaciales (pertenecientes a una estación soviética abandonada, claro está) se dirige hacia ellos y va aumentando su tamaño y velocidad, y aunque los tres son advertidos es poco lo que pueden hacer, por más que intenten evitarlo el accidente ocurrirá igual.
La estación es destruida y Stone y Kowalski quedan varados en medio de la inmensidad del espacio, apenas enganchados a eso que ya es un desecho en sí, mantienen una remota conexión con Houston y tienen que encontrar un nuevo lugar, una nueva estación, antes que el oxígeno en los trajes se acabe. Esto sucede en aproximadamente quince minutos de iniciado un film que no entiende superproducción por bomba de estruendo, sino el impacto de la calma y el esplendor. Cuarón construyó una obra de dos personajes (Shariff nunca es mostrado más allá de un traje), los colocó en uno de los escenarios más abiertos imaginables, y sin embargo realiza una historia de claustrofobia y tensión de encierro.
Stone y Kowalski deberán atravesar un destino trunco que les pondrá mil y una vallas posibles, y se irá tejiendo un entramado de supervivencia y superación personal. Gravedad tenía todo para ser un producto bombástico, filmado con nervio y velocidad trepidante que no da respiro, pero una vez más Cuarón elige el camino de otro expresionista de la imagen, el Kubrick de 2001: Odisea en el espacio. Sobran los momentos para la calma, las escenas en las que podremos maravillarnos con la espectacularidad del paisaje (en las que el 3D casi nunca lució tan bien), y hasta los grandes momentos de personajes, pese a contar solamente con dos.
Gravedad es ante todo un film dramático, y en eso se apoyan varios aspectos técnicos, creando una sensación de soledad y fin inminente agobiante, asfixiante. Ningún diálogo parece estar puesto al azar, todas son palabras medidas y abundan los silencios y la música de estilo clásico. Bullock y Clooney se encuentran ambos contenidos (Clooney un poco menos repitiendo algunos mohines de su galán maduro canchero) y cumplen correctamente; pero sin embargo, no pareciera Gravedad una película de actores, sí de personajes, en donde hay un tercero, el escenario, que es fundamental.
Si no llega a ser la película perfecta que pudo ser es por algún vuelco en el desarrollo que la asemeja a un melodrama y film de autoayuda innecesario, remarcado fuertemente en una escena que quizás pudo completarse mejor. Algunas fibras de más que se tocan nos hacen pensar en cierta manipulación. Por lo demás estamos ante un film que, como pocos, mezcla el impacto con la calma, la tensión con el drama desolador, y el esplendor visual con la delineación de personajes. Cuarón volvió por más.