Gravedad

Crítica de Marisa Cariolo - CineFreaks

El artificio del lenguaje cinematográfico en su máximo exponente

En una entrevista realizada por Truffaut a Hitchcock ambos directores recordaban el génesis de lo que fuera llamado el beso más largo de la historia, que se diera en el marco del film Notorius entre Cary Grant e Ingrid Bergman.

Por aquel entonces, existía la prohibición que los besos duraran más de tres minutos (el famoso Código Hays). Es por ello que el director británico filmó con ambos intérpretes una eterna escena donde ambos deambulaban por un reducido espacio mezclando diálogos con cortos besos (lo que sumados no alcanzaban los temidos tres minutos).

Así, a través de la utilización inteligente de un conjunto de recursos cinematográficos artificiosos se logró generar en el espectador una determinada sensación de pasión contenida y deseo que trascendiera los caprichosos límites impuestos por el autoritarismo ideológico de la industria.

El resultado fue la inmersión del espectador en una determinada sensación generada desde el relato cinematográfico que poco tiene con ver con un correlato verosímil. Siguiendo esta postura de lo que dio en llamarse “cine puro” Alfonso Cuarón nos presenta Gravedad, un film altamente esperado por su público que ya conoce la valentía del director para asumir riesgos estéticos en sus films.

El dúctil manejo de los planos secuencia ya había sido utilizado en su film anterior “Niños del hombre” con interesantes resultados, por lo que las expectativas eran altas y las referencias de los festivales donde fue presentado parecían estar a la altura de las mismas. En Gravedad, el director vuelve a sorprendernos con una escena inicial de un plano secuencia en el espacio, con una duración de más de diez minutos que sirve para introducirnos sensorialmente en este nuevo marco que tan ajeno resulta a nuestro entendimiento.

El espacio en su vastedad se muestra silente, incólume, los movimientos de los astronautas que allí se encuentran no responden las leyes físicas por nosotros conocidas. Todo se muestra ajeno e inconmovible. En este marco, la Dra. Ryan Stone (Sandra Bullock) se encuentra en una estación espacial realizando refacciones en su estructura, a su lado Matt Kowalski (George Clooney) gravita mientras habla con ella y con el control de la misión con ese tono afable que invita inmediatamente a la empatía. Pronto la artificiosa calma será interrumpida por una lluvia de desechos interespaciales que se abatirá contra los astronautas, dejándolos a merced del más absoluto de los desamparos físicos y emocionales.

Y es exactamente en este momento donde la maestría de la dirección de Cuarón hace su entrada triunfal, logrando a través del uso de los elementos discursivos del relato cinematográfico generar una atmosfera tan opresiva, asfixiante y desesperante como pocas veces se ha visto en el cine de los últimos tiempos. La desesperación de la Dra Ryan Stone se apodera del espectador, quien poco a poco comienza a sentir la falta de arraigo (tanto físico como emocional) como propia. El contacto con la base de Houston se diluye y con él todo punto de referencia.

En este contexto de desolación, la opresión se hace presente, apoderándose por completo del espectador, incomodándolo, convirtiendo el relato en sí mismo en una experiencia traumática y totalmente impresionista.

La historia en sí misma se convierte en una mínima excusa para explorar las sensaciones que indefectiblemente han de generarse en quien presencie tamaño despliegue visual pocas veces visto en el cine de los últimos años. Los recursos que en general suelen utilizarse en el lenguaje cinematográfico aquí se encuentran totalmente subvertidos: explosiones sin estruendos ni fuego, rotaciones alocadas sin puntos de referencia fijos, nada parece ser familiar y sin embargo tenemos la inexorable sensación de no poder escapar a ese destino.

La misma historia personal de la Dra Stone (sobre la cual no develaremos detalles para no adelantar parte de la trama) es una eterna gravitación en torno a sus conflictos no resueltos, un estado de indefinición donde no hay destino, donde el viaje mismo es la única excusa para continuar avanzando. Así, la situación física se torna en un reflejo de la emocional y la protagonista deberá decidir entre modificar el destino que se le presenta generando ella misma un cambio que la salve, o continuar gravitando movida por una inercia eterna que la condene a degradarse biológicamente por el mero paso del tiempo.

Alfonso Cuarón nos brinda uno de los mejores ejemplos del uso del artificio para la generación de una experiencia sensorial, subjetiva y emocional donde el elemento intelectual pasa a un segundo plano. Un uso magistral de los recursos cinematográficos para la concreción de una de las experiencias más grandilocuentes del cine de los últimos tiempos.