Un nuevo film de Alfonso Cuarón es motivo de celebración, sobre todo cuando en los papeles han pasado siete años desde su último trabajo. Con su mirada sobre Great Expectations aún vigente, con la fortaleza que todavía tiene Y tu mamá también, con Harry Potter and the Prisoner of Azkaban como la mejor de la saga de forma indiscutida y con esa excelente versión libre que es Children of Men, da la impresión de que el tiempo transcurrido es menor, pero lo cierto es que el realizador no estrena nada desde el 2006. Y vuelve a la primera plana con una película tan pequeña como gigante, una producción sencilla pero de enorme ambición, un proyecto del que se han vertido tantas cosas positivas como negativas –el desarrollo previo fue muy complejo, muchos actores lo dejaron pasar y se retrasó algunas veces hasta su estreno- que lleva tatuado el destino de clásico del cine que anticipa.
Gravity no es solo un paso adelante para Cuarón, es un salto que viene en preparación desde larga data y cuyo resultado es una consecuencia –o una confirmación- de una filmografía coherente que ha ido en permanente progreso. Aún tratándose de un film muy diferente a Children of Men, muchas de sus búsquedas estéticas y sus pretensiones como cineasta pueden ser rastreadas aquí. La escasa cantidad de tomas y los planos secuencia que siempre dan que hablar –es una marca personal más distinguida y elaborada que los lens flares de J.J. Abrams, pero no es bueno comparar- vuelven a hacerse presentes en una película que exige ese tipo de tratamiento.
Ponerla en relación con su último trabajo no parece del todo adecuado por tratarse de producciones completamente distintas, pero son sus únicos esfuerzos dentro de la ciencia ficción y en cierta forma se vinculan lo suficiente como para establecer un paralelo o tomarlo como un punto de partida. Porque si se considera su mirada compleja sobre el futuro distópico y estéril de su film del 2006, aquí Cuarón es un asceta. El mexicano explora la profundidad de ese terreno vasto que aún nos es ajeno y lo hace con una categoría y sencillez demoledoras ante las que no queda más que sacarse el sombrero. Con dos personajes, algunos contactos por intermedio del comunicador con Houston, una labor de rutina y un evento tan catastrófico como realista, el director construye la mejor película de ciencia ficción en lo que va del año.
El género ha tenido una vuelta en el 2013, pero ha operado por debajo de las expectativas con producciones decepcionantes como After Earth y Oblivion o con films notables que tuvieron dificultades a la hora de construir su audiencia como en el caso de Pacific Rim. Gravedad es la que porta el estandarte de renovación, dado que en forma inmediata ingresa en los libros del sci-fi como una joya indispensable. Angustiante y sofocante, goza de un nivel de narrativa formidable que mantiene al espectador al borde de su butaca a lo largo de sus certeros 90 minutos. George Clooney está en su salsa –no por nada se buscó a Robert Downey Jr. en su momento- en la forma de un astronauta experimentado y confiado que no tiene problema en contar sus historias una y otra vez a los pocos oídos que tienen el privilegio de escucharlo. Él es una suerte de comic relief, es la válvula de escape a la presión, la bocanada de aire que impide que nos asfixiemos junto a la verdadera protagonista que es Sandra Bullock. Y ella, con cierto tiempo para apuntalar su papel, logra ofrecernos a una Ryan Stone de antología. Porque si bien sus llantos e incapacidades del comienzo provocan rechazo, su fuerza de voluntad y deseo de sobrevivir es lo que terminan de cerrar uno de los mejores roles en su siempre irregular carrera.
El cine nos ha enseñado que en el espacio nadie puede oír tus gritos. Cuarón refuerza la lección con un tratado sobre los peligros que habitan en dicha región. Riesgos reales, concretos, como la pérdida de comunicación por radio que implica una parálisis en la negrura, los límites del oxígeno o el peligro del momento angular –la rotación permanente sobre un eje hasta que una fuerza lo detenga- en gravedad cero. Lo hace con una simpleza arrolladora, pero para esa impresión de facilidad y naturalidad que logra el cineasta se necesita que no haya ningún tipo de descuido. Por eso la excelente fotografía está a cargo de su compatriota Emmanuel Lubezki o por eso filma en 3D, a sabiendas que el efecto de profundidad en pantalla será invaluable. El espacio es un terreno tan poco explorado que verlo reflejado y trabajado de esta forma aún nos sorprende. No es tarea sencilla que algo que se ve desde hace 45 años, como en el caso de 2001: A Space Odyssey de Stanley Kubrick, todavía deje bocabierto al público. Eso puede decirse que logra Cuarón, con un film cuyo destino es de clásico inmediato.