Dos astronautas a la deriva en el espacio en los que Alfonso Cuarón encuentra una metáfora para todas las vidas humanas.
El film abre con un plano del espacio y de la tierra. La toma es magnífica. La cámara se mueve y nos acerca a una estación espacial donde se encuentra la Dra. Ryan Rosen (Sandra Bullock) reparando un desperfecto. Alrededor de ella, el veterano astronauta Matt Kowalski (George Clooney) realiza una última caminata lunar antes de su retiro. Ambos se encuentran comunicados con Mission Control (Ed Harris), que, a pesar de las cómicas intromisiones de Kowalski, trata de intercambiar información con la Dra. Rosen para finalizar la tarea. La misión consiste en reparar el Telescopio Hubble, que se encuentra a 600 km sobre el nivel del mar. Al resto del equipo dentro de la estación no lo vamos a ver. Algo sale mal antes de eso; antes de que la Dra. Rosen y Kowalski puedan volver. Los restos de un misil ruso que fue lanzado para destruir un satélite fuera de funcionamiento quedaron orbitando a la deriva. Es tiempo de catástrofe. La estación espacial se destruye, la comunicación con Mission Control se pierde, y ellos dos son los únicos que sobreviven.
Alfonso Cuarón (“Los niños del hombre”) no puede dejar buscar la esencia humana. Su película se trata de eso. Humanos en búsqueda de las necesidades básicas, supervivencia al hueso. El método que aplica no es reducir, sino acercarse. Simplificar para ver mejor. Hombre y mujer. La primer misión espacial de ella, la última de él. En tierra no tendrían de que hablarse, pero ahí arriba, en esas circunstancias, su vida depende de la comunicación, de la confianza mutua y de la resistencia. El respaldo es la memoria, la presión el tiempo, y cualquier falla es terminal.
En la primera parte después de la catástrofe, Kowalski parece querer revivir al dúo de Bogart y Hepburn en “The African Queen”. Él sabe lo que hay que hacer, y eso es estar calmo. Ella no puede hacer lo mismo, se le está acabando el aire y está más cerca de rendirse que de creer que su compañero conoce lo suficientemente bien el espacio. Cuando abordo la misión, lo hizo en calidad de genio, ahora, sus intereses se reducen al nivel básico. Necesita aire, necesita hablar, necesita volver a casa.
Las expectativas que se generaron durante las semanas previas al estreno giraron en torno a las innovaciones tecnológicas desarrolladas específicamente para este film. Esto trajo comparaciones por anticipado con “2001: Odisea en el espacio”, que fue concebida en circunstancias similares, pero con la que “Gravity” no guarda más influencias que con cualquier otra buena película del género.
Es cierto, hay un gran show montado. La espectacularidad se hace notar desde el primer minuto, desde el primer plano. Alfonso Cuarón es inteligente para manejar esto. La magnificencia de las imágenes es difícil de pasar por alto y, ante el riesgo de convertirlas en el centro del film, nos las exhibe al comienzo para curarnos la curiosidad y no dejar que esta se convierta en la intérprete. Haciendo esto a un lado, encuentra lugar para contar su historia. Nos permite introducirnos en la psicología de la Dra. Rosen, que es la que carga con el peso místico del film.
Ella está paralizada y no puede reaccionar ante la adversidad. Los recuerdos de la tierra siguen siendo demasiado pesados inclusive en el espacio. Kowalski hace lo contrario con su memoria. Repite anécdotas de su vida hasta que estas pierden peso y sentido. Sus recuerdos son una distracción, no el punto en el que recae. Las usa para darle a su carisma algo de qué hablar.
Él tiene un espíritu practico ante la catástrofe. Como no sufre ningún cambio, se convierte en uno de esos personajes que parecen elegir ser de dos dimensiones (Kowalski también era el nombre del personaje de “Vanishing Point”). Pero en esa misma determinación sugieren que nos estamos perdiendo de algo, que saben más que nosotros, que él, Kowalski, de hecho, vive en ese más que nosotros nunca llegamos a ver en primer lugar.
Los méritos técnicos del film no están ahí para ser descubiertos por el espectador, sino para deleitarlo. La adecuación tecnológica para la mejor narración de la historia recuerda más a la de “Who framed Roger Rabbit?” en el 1988 que a la de “Avatar”. Lo que “Gravity” trae a la textura del 3D refuerza las consideraciones positivas sobre el formato. Su éxito quizás sacuda a los conservadores y puristas.
La digitalización ya sucedió, el 3D está sucediendo. Esta evolución resulta inevitable: “Gravity” ya recaudó 55.8 millones en los Estados Unidos tan solo en su primer semana. El 3D funciona para la industria del cine, en parte porque todavía no es un formato viable para televisiones y computadoras de mayor consumo, dejándole al cine la exclusividad de su difusión. A nosotros, como espectadores, nos corresponde el lugar de que el 3D no se convierta en el vehículo de accesorios que nada hacen a nuestra sensibilidad. La respuesta es seguir yendo al cine por las historias, las buenas, las humanas. “Gravity” es una de ellas.