Un largo camino a casa
Al igual que con, por ejemplo, Gore Verbinski, es difícil encontrar un patrón para la obra de Alfonso Cuarón, un cineasta que incluso ha ido expandiendo su rol de guionista y director -e incorporando el de productor-, y que parece totalmente asimilado por Hollywood, aunque la forma en que mantiene vínculos con el cine mexicano ponen en duda esa afirmación. Y sin embargo, hay algo que marca de su filmografía, y es la noción del viaje como un camino, exterior o interior, cuyo recorrido cambia al protagonista. Esta concepción es expresada en diversas formas: la niña de La princesita hace un recorrido interior, forzado por circunstancias externas, de crecimiento y madurez; Finnegan Bell, en Grandes esperanzas, viaja de su pueblo a la gran ciudad y ata puntas de su pasado con su presente; Luisa, Julio y Tenoch, en Y tu mamá también, emprenden un viaje por México y al final ya nada será lo mismo, porque no les quedará otra que hacerse cargo de sus respectivos roles; Harry Potter, en El prisionero de Azkabán, comienza creyendo una mentira y termina sabiendo la verdad sobre un episodio que cimentó su vida; y Theo, en Niños del hombre, se reconstruye a sí mismo a partir de la compañía de otra persona y de asistir a un nacimiento. Con sus puestas siempre fluidas, Cuarón ha comenzado a trasladar esa cuestión narrativa y temática hacia lo formal, a partir del uso de larguísimos, monumentales planos secuencia, que no pecan de arbitrarios porque realzan las tensiones entre los personajes y los espacios o nudos temporales que transitan. Es que, a diferencia de Stanley Kubrick -emblema de la frialdad improductiva-, a Cuarón le importa (y mucho) lo que está contando, lo suyo no es el mero ejercicio intelectual y/o formal. Para él, de forma similar a James Cameron, la técnica no es un fin si no un medio, un instrumento para enriquecer el relato.
Gravedad es, en cierto modo, la película definitiva de Cuarón, la que resume lo que piensa sobre el cine: que lo que importa es contar historias que atrapen y marquen al espectador. Allí, la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock) también hace un viaje y, al igual que Theo o Potter, cuando llegue al final del camino ya no será la misma. La odisea de esta ingeniera médica comenzará con un accidente en una estación espacial, que la dejará a ella y a un astronauta, Matt Kowalski (George Clooney), a la deriva en el espacio. Todo empieza como un recorrido exterior, puramente físico en un contexto hostil y abismal, donde se impone la angustia y la claustrofobia, y en el que los impresionantes planos secuencia que construye Cuarón tienen la virtud de explorar el infinito que representa el espacio en contraposición a la pequeñez del sujeto humano, yendo de la visión general al primerísimo primer plano o incluso la mirada subjetiva. Pero ya todo, desde el mismo inicio, va insinuando lo que se consolidará en el último tercio del film: un recorrido íntimo, interior, en el que la vuelta al hogar no sólo implica tratar de retornar a la Tierra, sino también al lugar que nos define como personas. Hay aquí también por parte de la película una conexión un tanto inesperada con Sunshine – Alerta solar, estupenda obra de otro cineasta ecléctico y bastante inclasificable, como es Danny Boyle: ambas toman elementos de la literatura de Joseph Conrad, autor de El corazón de las tinieblas, pero lo que termina imponiéndose es la mirada de H.G. Wells, escritor de La máquina del tiempo. Tenemos, sí, lo oscuro, lo atemorizante, lo siniestro, lo que sobrepasa al ser humano en su convivencia con la naturaleza, pero con lo que terminamos quedándonos es con la aventura, con el enfrentamiento a lo desconocido, a los temores escondidos en lo más profundo del ser, como cimientos del alma.
Cuarón le presta atención a lo técnico, y por eso apela a un hábil equilibrio entre la presencia y la ausencia de sonido, acompañado de una banda sonora subyugante. Algo similar se puede decir de la fotografía y los efectos especiales, que son paradójicamente majestuosos y a la vez invisibles. Pero también es un realizador que, como decíamos antes, piensa sus historias y las variables que las componen. Por esto, la elección de Bullock y Clooney no parece una mera casualidad o una imposición de Warner, sino una elección deliberada y meditada tanto por el director como por los dos intérpretes. La forma en que interactúan los protagonistas da lugar a un diálogo entre dos estilos de actuación: la actriz apuesta a una conexión más familiar y cercana, como si representara al ser más común, aprendiendo a desenvolverse sobre la marcha, al igual que el espectador. El actor, por otro lado, refuerza su estampa ligada al cine más clásico, más noble y relajada, ligada a la veteranía, a la sabiduría que da la experiencia. Ambos, en cierto punto, realizan interpretaciones que sintetizan sus carreras. Y Cuarón, que ha conseguido imponerse no sólo como un efectivo artesano, sino también como un autor con una mirada propia sobre el mundo, se da el lujo de trabajar con dos actores que pueden pensar el cine que hacen y sus papeles como estrellas de Hollywood.
Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho, podemos decir que el mismo título de la película es toda una declaración de principios por parte de Cuarón. Es un sustantivo que porta, por suerte, múltiples definiciones. La Gravedad es, efectivamente, lo que nos ata a nuestro planeta, y que está ausente en el espacio, donde no hay ningún sostén. Es, asimismo, lo que buscará la protagonista en su camino: algo que la sostenga para seguir apostando a la supervivencia. Y, finalmente, es un concepto que sirve para explicar lo que significa la ciencia ficción para el director de este film: una forma narrativa de especulación científica para que nosotros, los seres humanos, hablemos de nosotros mismos, incluso desde la fantasía más arrolladora. Cuarón hilvana un relato que combina el drama con lo catastrófico a cientos de kilómetros del suelo y, aún así, nunca despega los pies de la Tierra, en el mejor de los sentidos.