Leyendo Jugar (La luz de otra cosa) –Textos críticos de Rodrigo Tarruela- me encuentro con esta cita: “Vi al tiempo asesinarme”. Pertenece al gran poeta y escritor Dylan Thomas, y en el texto citado se la incluye para sintetizar el sentido general del cine de Wenders. “Vi al espacio asesinarme” podría haber dicho el personaje de Sandra Bullock, quien flota en el espacio exterior a lo largo de unos 90 minutos en el último film de Alfonso Cuarón. ¿2013 Odisea en el espacio? Por suerte, me parece que no. “Dos flotan juntos”, tal vez sea podría ser un título más adecuado, aunque Gravity no tiene nada que ver con el western.
El inicio de Gravity está entre los mejores inicios del cine mainstream que se haya visto en los últimos años. Dos planos secuencia de un total de 20 minutos, tal vez más, quizás menos, funcionan perfectos y son esencialmente heterodoxos a la poética dominante: los dos únicos personajes principales que tendrá el film tienen su presentación. En pocos minutos se suministra los datos personales y se aprende de inmediato acerca de sus temperamentos. La doctora Ryan Stone es solitaria y obsesiva. Está en el Explorer a unos 600 kilómetros de la Tierra. Es literalmente lo que en el cine estadounidense se denomina un rookie, un debutante. Su inexperiencia en la vastedad del espacio se contrapone a sus virtudes profesionales. Se nos dice que es brillante. El dato extraordinario es que ha perdido una hija. No mucho más se sabrá de ella excepto que vive en algún lugar de Illinois. En las antípodas, Matt Kowalsky (George Clooney, más bien su rostro y su voz porque no lo abandonará jamás el traje de astronautas) es el viejo experimentado de la misión. Acostumbrado a navegar y conducir por el espacio, lo que está más allá de la biosfera le pertenece. Kowalsky conoce su oficio como Bullock los microcircuitos eléctricos de las máquinas, y también se percibe hermoso, lo que no impide que sus mujeres se vayan con otros hombres cuando trabaja en el cielo.
Todo esto se expone en pocos minutos. Mientras tanto, Cuarón orquesta un ballet mecánico entre astronautas y máquinas en un cosmos flotante. La aparición de Clooney es legendaria. A lo lejos, en la lontananza, una diminuta figura comienza a divisarse. La profundidad de campo es notable, y en 3D, más aún. En este sentido, a pesar de que todo esto sucede en un estudio y la simulación es perfecta, Gravity de Cuarón no está lejos de La caverna de los sueños olvidados de Werner Herzog: la reproducción de una experiencia inalcanzable para muchos se democratiza sensorialmente gracias al cine estereoscópico. Los movimientos de los astronautas, la Tierra a los lejos, la oscuridad de la galaxia, la artificialidad del satélite colgando en la nada pasan por la mirada como si nosotros estuviéramos ahí. Es alucinante, para citar un adjetivo con el que se insiste en un par de oportunidades. El leimotiv del sobreviviente es aquí un mantra de inspiración y resistencia: hay que persistir para contar una “historia alucinante”. Una breve aclaración: la historia del film no es de por sí del todo alucinante. Bullock no está muy lejos del personaje de Tom Hanks en Náufrago, y es que si se trata de una historia en un sentido fuerte ésta es más bien minimalista; sucede que en el contexto visual lo que se cuenta resulta maximalista: el cosmos como contexto es infinito, y dos astronautas a la deriva no deja nunca de ser una postal sobre la supervivencia en una versión exponencial.
A decir verdad, el cosmos es más que un contexto. Curiosamente, el cosmos es aquí un teatro del absurdo ampliado. En esa nada insondable, la belleza de la tierra y el hueco sin fondo del cosmos no reclaman por un Dios. La materia es meramente materia. ¿Absurdo? El cosmos sin telos lo es. ¿Teatro? Sin la ilusión óptica digital, ¿Bullock y Clooney no podrían estar en un escenario teatral, el primer escenario sin gravedad de la historia? Sus diálogos podrían ser recitados por dos actores en un escenario cualquiera, y sin ese fondo cósmico, sus movimientos podrían circunscribirse al perímetro de un escenario cualquiera. ¿Teatro filmado? De ningún modo. La obsesión formal del habilidoso director mexicano reside en proponerse viajes minúsculos por el espacio a filmar. De allí el apego de Cuarón al plano secuencia, el que va más allá de una transmisión física capaz de reconstruir una experiencia perceptiva ligada al realismo. En Gravity, el mismo plano secuencia se convierte en panorámica y en plano detalle, incluso en subjetiva. Después de la explosión de una base rusa que se convierte en lluvia de proyectiles y precipita el accidente que dejan a Bullock y Clooney en el desamparo estelar, ver todo lo que sucede a través de Ryan es como mínimo alucinante. Las subjetivas son gloriosas.
Gravity sería genial si la propia percepción de Ryan fuera respetada a rajatabla en la dimensión extradiegética del film. Su fascinación por el silencio cósmico es interceptado por una banda sonora que oscila entre ritmos musicales para la acción de superhéroes y cuerdas que remiten a la serie Cosmos de Carl Sagan (¡El neomedievalismo de Arvo Pärt quedó para el trailer!). La gravedad de Gravity se traiciona por una supuesta fluidez sonora que supone empujar lo que vemos hacia una vía de recepción conocida, como si se tratara de un temor no confesado sobre la naturaleza del film, una conjura al potencial lado experimental de la película. Sin música, la experiencia sonora hubiera sido inolvidable. Disyunción inesperada entre imagen y sonido; lo que se ve y lo que se escucha revela cierta esquizofrenia formal; por momentos hay dos películas en una.
Y también está la famosa lágrima en 3D. La condición flotante de los objetos frente a la ausencia de gravedad, esa especie “natural” de ralentí de la materia, es tentador para desnaturalizar a los objetos de la percepción y devolverlos como elementos contingentes: lapiceras, gotas de sangre, un aparato para corrección de dientes, algunos juguetes alusivos al espacio son los elegidos para mostrar. Pero a Cuarón se le ocurre incluir una lágrima (en verdad son dos). La lágrima viene lentamente hacia nosotros. Del ojo de la heroína a nuestra mirada pasará un tiempo prudente para sentir el espesor de esa misteriosa manifestación física de la tristeza. Es una instancia paradójica: el kitsch es ostensible, pero el carácter desnaturalizado de la lágrima flotando en la nada ayuda a digerir una elección demasiado calculada. No es fácil filmar el acto de llorar. La conducta del llanto suele pedir por un fuera de campo. Son pocas las personas que no se cubren el rostro al hacerlo.
A diferencia de lo que sucedía en Niños del hombre, la difusa metafísica New Age o la proclividad a la meditación filosófica están neutralizadas en Gravity. Filmar desde el lugar a donde se dirige la mayoría de los pedidos de auxilio de los mortales y no invocar a una criatura no humana es una de las grandes decisiones de Cuarón. Cuando en la nave rusa se ven las estampitas con iconografías del cristianismo ortodoxo, o en la base espacial china se sustituye la imagen de Cristo por Buda, es un apunte más antropológico que metafísico. En la misma nave de los rusos también hay un retrato de Newton y Darwin, otro apunte antropológico. La retención del impulso religioso es admirable porque en el contexto cultural del presente es casi un requerimiento simbólico. Esta es la razón principal por la que Gravity está más cerca de Jinetes del espacio (y en parte Moon) que de Solaris y 2001 Odisea del espacio. Su secreto reside en su naturalismo filosófico, en el límite impuesto por la propia naturaleza material de las cosas. De allí, la contundencia corporal de Bullock transitando en shorts los interiores de una de las bases, incluso la inesperada puesta en abismo a la que recurre el relato en un momento clave del film especifica cómo funciona la psiquis y sus asociaciones. Siempre estamos más acá.
Los escombros de las naves diseminados en el espacio, la fragilidad del cuerpo de los astronautas y la soledad de la Tierra vista de la distancia permanecen después de la película. Pero nada es comparable al reconocimiento ridículo y abismal de que la existencia del oxígeno es lo más parecido a un milagro.