Green Book es una fábula progresista, el problema del racismo explicado a los niños. La dirige Peter Farrelly, pero del cine de los hermanos no queda nada, salvo tal vez cierta elegancia narrativa o el timing para los gag (aunque acá son pocos). La película denuncia por enésima vez los maltratos sufridos por los negros en Estados Unidos durante los 60, en especial en los estados sureños. Nota al pie: es curioso que se sigan filmando películas estadounidenses mainstream que enmarcan el racismo en los 60 y sus alrededores: además de Green Book están Detroit, Fences (transcurre en los 50), Selma, BlackKklansman (los 70), todas nominadas al Oscar. Hay algún problema ahí: Hollywood no sabe cómo abordar el tema desde el presente (el racismo no es el mismo medio siglo después), o bien sigue empeñado en hablar del asunto de la misma forma, diciendo las mismas cosas; un gesto de compromiso afectado que a fin de cuentas resulta cómodo repetir, sin importar si el mundo cambió.
El caso es que Green Book quiere tocar una vez más el tema pero sin sobresaltos. A medida que Don Shirley y Tony Lip, músico y chofer/guardaespaldas respectivamente, se internan en el sur, la tensión racial crece y el peligro se incrementa, pero el tono de las situaciones es siempre discreto: los maltratos y las vejaciones no buscan el shock y se narran con delicadeza, como si Peter Farrelly tomara todos los recaudos posibles para no molestar a ningún espectador. Esto se traslada a su vez al retrato social: el desprecio por los negros que muestran los gángsters italoamericanos es balanceado con el aprendizaje de la familia de Tony (que termina aceptando a Shirley); la maldad de los policías sureños, que encarcelan injustamente a Shirley, es disipada con la aparición de otro policía que detiene al dúo sobre el final para avisarles que tienen una rueda baja. Se trata, en suma, de no ofender, de hacer una película agradable, que sea capaz de hablar del racismo en los mismos términos de la fotografía en la que priman los colores pastel, suaves, que no cautivan la mirada pero que tampoco la repelen.
Existe entonces una especie de norma tácita, de hábito: para filmar el racismo, Hollywood recurre a otros momentos históricos. ¿Hay algo en Green Book que sugiera la presencia de algo más que ese reflejo fílmico escuálidp? Una idea posible (y tal vez insostenible) es que la película se sirve de ese conjunto narrativo para hablar de algo bien distinto. Sé que sobreinterpreto, pero teniendo en mente la filmografía de Peter y Bobby Farrelly, cuyo signo distintivo fue, por sobre todas las cosas, una libertad absoluta para comentar el mundo a través de la comedia, ¿no hay algo extrañamente actual en la relación de Tony con Don Shirley? La manera en la que el segundo educa al primero, le enseña a hablar, le corrige su gusto por los placeres simples y sin pretensiones, le explica los límites de lo que puede decirse y de lo que no, le impone un lenguaje pomposo, ¿no recuerda, aunque sea vagamente, a la situación en la que se encuentra Hollywood en el presente, donde el más mínimo movimiento en falso, dentro y fuera de las películas, es exhibido públicamente y castigado con severidad? De nuevo: sé que sobreinterpreto. Pero es que ante el dato inesperado de que Peter Farrelly filme una película como Green Book, que parece ir en contra de una filmografía de veinte años, uno puede permitirse la duda y la búsqueda de alguna explicación improbable, tan improbable como el hecho de haber dirigido Green Book. Ya que es imposible que Hollywood mismo refiera directamente al clima asfixiante que respira hoy y que vuelve irrealizable una buena parte del mejor cine del pasado (como el de los Farrelly), ¿no es por lo menos divertida (ya ni siquiera digo plausible) la posibilidad de que Peter Farrelly haya encontrado la forma de hablar críticamente de ese presente sin aludirlo de manera frontal y utilizando una de las herramientas predilectas de la corrección política de la industria como lo es la denuncia racial cómoda, anclada en el tiempo, despojada de cualquier radicalidad? Esta idea, por ridícula que parezca, hace que Green Book parezca un artefacto bastante más interesante, vital y entretenido, político, que un cuento de hadas bienpensante sobre los males del racismo.