Al ser un director de comedias algo chabacanas (entre ellas “Tonto y retonto”, “Amor ciego” y una de las peores películas de todos los tiempos “Movie 43”), las expectativas por el nuevo largometraje de Peter Farrelly, Green Book, eran al menos bajas. Sin embargo había dos factores que hacían que este caso pudiera ser distinto: sus protagonistas. Porque Green Book tiene a dos de los actores más prestigiosos del momento en Hollywood, Viggo Mortensen y Mahershala Ali.
Inspirada en una historia real (un lugar común que ojalá empiece a mermar en algún momento), la trama de la película se centra en la improbable amistad que surge entre dos personas muy distintas desde todo punto de vista. Por un lado está Tony “Lip” Vallelonga, un típico ítalo-americano oriundo de Nueva York que cumple con todos los requisitos de este cliché: es familiero, usa musculosa blanca debajo de su camisa, es un tanto bruto y mueve mucho las manos al hablar. Quien lo acompaña es Don “Doc” Shirley, eximio pianista y doctor en psicología que vive en una suerte de penthouse encima del Carnegie Hall y es respetado por todo el exclusivo mundo del arte metropolitano. Obviamente el primer encuentro entre ambos es un choque de mundos totalmente opuestos, pero como suele suceder en estas historias de parejas disparejas, se liman asperezas en pos de llegar a una fructífera amistad.
Es necesario decir de antemano que Green Book no es una obra maestra y tantas alabanzas y nominaciones a distintos premios parecieran ser una exageración, pero lo que tiene sin duda alguna es encanto. Una road movie con dos personas que no se llevan bien al principio es un tropo tan visitado por la industria norteamericana que se siente la ausencia de algún factor que haga distinta a esta película en pleno siglo XXI. Si acaso se tuviera que elegir una buena razón para recomendarla sería la dinámica y química que hay entre sus protagonistas. Ambos ofrecen dos grandes interpretaciones, tal vez siendo la de Viggo Mortensen un poco más caricaturesca y propensa al humor (del cual hay y mucho), pero que hacen que esta amistad que se va construyendo en el camino se vea genuina y pueda creerse que así sucedió realmente. El personaje que encarna Mahershala Ali por otro lado presenta muchos más matices, ya que es dueño de una sensibilidad y una altura diplomática que en principio parece inquebrantable, solo para después ir dejando filtrar las inseguridades y debilidades de toda persona. Porque el tema central de la película es el difícil trayecto que debe transitar el doc Shirley al ser afroamericano en la década de los 60. Si bien en su ciudad es elogiado y vive como un rey, éste elige hacer una gira por el sur de los Estados Unidos, acervo de toda clase de amenazas para las minorías que también responden a una serie de estereotipos a los que Green Book no les escapa sino que los abraza.
El racismo es entonces un denominador común que atraviesa los 130 minutos de duración del filme, lo cual no es una novedad en esta última década de películas que suelen ser excesivamente dramáticas en el maltrato hacia la comunidad negra norteamericana con la mira puesta en los Oscar. Podría decirse que Green Book a menudo cae en esta trampa, siendo por momentos innecesariamente lacrimógena, con el uso de un suave piano para apelar sentimientos de indignación y tristeza en el público. Los espectadores estarán felices entonces de no ser tan racistas y xenófobos como los sureños retratados en la película, y ese sentimiento de confort no es precisamente algo rescatable. Lo más original en este sentido es el hecho de que Don Shirley se encuentra en una especie de intermedio que no le permite pertenecer a ninguno de los dos mundos. Es repudiado por los “suyos” por tener buena ropa, ser sofisticado y tener educación universitaria, al mismo tiempo que los blancos que lo contratan para que toque en sus fiestas lo discriminan de una manera grosera y aberrante. La soledad que le provoca no poder ser parte de ningún mundo más que del propio (encerrado en su casa tocando el piano) hace que su único vínculo real pueda ser con Tony, quien también tiene sus prejuicios pero que rápidamente se deshace de ellos. Estos cambios tan drásticos en la cosmovisión del personaje de Viggo Mortensen parecen suceder algo apresuradas, lo que no es de extrañar, dado que uno de los guionistas es su hijo Nick Vallelonga, quien se supone habrá intentado retratar a su padre de la manera más positiva posible.
Como se mencionó anteriormente, el humor es clave en Green Book. En especial el que permite que los protagonistas se rían de sí mismos y de las cosas que los hace tan diferentes. Shirley ayuda a Tony a mejorar su ortografía y redacción cuando éste le escribe cartas a su esposa (escenas que pueden llegar a ser algo condescendientes pero tienen cierta ternura intrínseca), mientras que Tony, ademas de ser su chofer a lo largo y ancho del país, cumple con los roles de guardaespaldas, abogado, psicólogo y muchas otras cosas que su habilidad para hablar incansablemente le permiten.
Los diálogos sobre cuestiones aparentemente sencillas o cotidianas -que no son tantos- son los momentos en los que brilla la película, pues es donde los dos actores pueden dar rienda suelta a toda su versatilidad.
De cara a la temporada de premios, Green Book no se presenta como favorita, pero recibió varias nominaciones y reconocimientos inesperados (entre ellos a Mejor Película en los Oscar venideros). ¿Son merecidos acaso? La actuación de Mahershala Ali definitivamente lo es, pero el resto de ellas se ve como un intento más de reparación histórica de la Academia para con la comunidad afroamericana. La música, el vestuario y la fotografía son también elementos que, sin destacarse, cumplen con su rol efectivamente y no desentonan con la esencia de lo que es la película. Es muy positivo por otra parte que Peter Farrelly haya hecho una comedia de este estilo, con una sensibilidad mucho mayor de la que acostumbró siempre y resulta esperanzador de cara al futuro de su carrera. Pasar un buen rato en el cine debería ser algo destacable y en definitiva Green Book concede eso y un poco más sin intentar ser más de lo que es, lo cual hoy en día debe apreciarse.