Una amistad sin fronteras
Nos adentramos en el Club Copacabana de la Nueva York de 1962, y mientras vemos a Viggo Mortensen en su papel de Tony Lip repartir golpes en su función de bouncer (patovica), suena un tema llamado “That Old Black Magic”.
Esa Vieja Magia Negra. Uno no puede evitar sentir un cierto tono premonitorio en esta elección musical para abrir la película. No tanto como una intriga de predestinación que establece el contexto y anticipa lo que le espera a nuestros protagonistas, sino que también es, si se quiere, una declaración de principios del director Peter Farrelly en esta, su primera película dramática: “El género habrá cambiado pero lo que te deja la odisea es lo que vale al final.” Es más, nos arriesgamos a decir que son más cosas las que unen a Green Book: Una Amistad sin Fronteras con Tonto y Retonto que aquellas que la separan.
Antes de encender sus antorchas, levantar sus horquetas y golpear las puertas de la redacción pidiendo por la cabeza del redactor de esta nota, dejemos en claro una cosa: no estamos poniendo en la misma bolsa la travesía de un virtuoso del piano en un sur norteamericano segregado junto a la travesía de dos muchachos sin luces incurriendo en humoradas escatológicas camino a devolver un maletín. O por lo menos no así de fácil, no así tan gratuitamente.
Sin embargo, el lector tendrá que admitir que más allá de las claras diferencias de contexto y género narrativo, acá hay un factor común narrativo importante: un viaje en donde el destino no es tan importante como lo es la relación, la dinámica entre opuestos de los dos protagonistas, lo que hace a la película atractiva.
La cuestión de la segregación no es cosmética, pero tampoco podemos decir que tiene una impronta fundamental, o al menos no tan fundamental como Participant Media, productores del film, nos quieren hacer creer. Sí, es el motor de los conflictos en la película, pero es el cómo lo resuelven los protagonistas lo que es atractivo de ver.
En Green Book: Una Amistad sin Fronteras la segregación es una excusa, es lo que junta a Don Shirley con Tony Lip a bordo del auto, del mismo modo que Mary Swanson y su maletín es lo que junta a Lloyd con Harry a bordo de la camioneta con forma de perro.
El ejemplo más contundente lo encontramos en la prueba más gráfica del cambio que experimenta Tony Lip a lo largo de la narración, y que pone al frente las verdaderas intenciones del film: cuando el Don Shirley de Mahershala Ali le enseña al Tony Lip de Mortensen a escribir mejor una carta a su mujer. Es aquí donde podemos decir que la película depende de la oposición entre clases para sustentar el conflicto, pero es acá donde queda claro que el contexto es apenas una circunstancia por fidelidad al hecho real del que parte la película. Es acá donde está el verdadero corazón y donde vemos por qué Farrelly se mueve como pez en el agua a pesar de estar en un género que hasta ahora le era ajeno. Porque, al final del día, lo que importa, lo que vale, lo que va a pagare el boleto al espectador, es ver cómo mejoran estos dos personajes por el simple hecho de haber entrado en la vida del otro.
Como cualquier Buddy Movie que se precie de tal lo haría.