Oz Perkins ya había demostrado en la modesta Soy la cosa bella que vive en esta casa (2016) -disponible en Netflix- que el cine de terror puede prescindir de historias densas y laberínticas y disponerse a construir un creciente estado de inquietud. La anécdota entonces era la ambigua relación entre una enfermera y una novelista anciana y el inquietante espacio, una húmeda casona plagada de recuerdos y fantasmas. Ahora el director retoma el tradicional relato de los hermanos Grimm ( Hansel y Gretel) para subvertirlo en su estilo y protagonismo: es Gretel (Sophia Lillis) la que conduce la aventura junto a su pequeño y hambriento hermano Hansel (Samuel Leakey) hasta una casa escondida en el bosque.
El universo ocre y expresionista se convierte en un permanente preámbulo de una tensión dramática que no termina de erizarnos la piel. La película es visualmente deslumbrante pero bajo esas maravillas, el horror tiende a diluirse en una narrativa indecisa -demasiado apoyada en la voz en off- y una serie de resoluciones anticlimáticas. Si persiste su atractivo es gracias a la potencia de la historia vista desde el prisma femenino: la joven en el vértice de su descubrimiento como mujer que encuentra en aquel banquete todos los espejos posibles. La ambición de Perkins, concentrada en el magnetismo de las imágenes, se olvida de afinar una progresión dramática que es, en última instancia, la que nos involucra en la suerte de los que queremos y odiamos.