GRINGO, NEGRO Y TRAFICANTE
El problema con la comedia negra es que no siempre es fácil manejar ese tipo de humor y crear climas, al tiempo que se intenta generar empatía por los personajes y terminar preocupándolos por todo lo que suceda en pantalla, por inverosímil que sea. Algo por el estilo lograban Quiero matar a mi jefe o la más reciente Noche de juegos, en la que la sola química e histrionismo de sus personajes principales le daba un plus para disfrutarla sin demasiados condicionamientos.
Con Gringo: se busca vivo o muerto sucede algo distinto, si bien David Oyelowo – alguien a quien no vemos seguido en comedias- le imprime un carácter dramático y sufrido a su personaje al margen de la comicidad que funciona por momentos (a pesar de que todo sucede alrededor y a costa suya), a veces la historia se transforma en coral y ahí es donde pierde fuerza. Pasan cosas con el personaje de Joel Edgerton y el de Charlize Theron, con el de Thandie Newton que es casi un cameo por lo poco que está en pantalla y a pesar de la incidencia de su personaje, y también con el de Amanda Seyfried que juega con su candidez y logra un par de momentos tan tiernos como hilarantes. Pero entre todos no llegan a consolidar una historia íntegramente atractiva. Incluso Sharlto Copley tiene un buen personaje, de esos escritos como para él, pero no se desarrolla lo suficiente. El director Nash Edgerton (hermano de Joel y más conocido por su trabajo de doble de riesgo) por poco desperdicia un elenco de lujo pero sería injusto decir que siendo su primer largometraje, hace agua, porque logra salir de la mediocridad a pesar de mostrar cierta confusión en los aspectos formales.
Para ponerlos al tanto de qué la va la historia, todo comienza cuando Richard y Elaine (Edgerton y Theron) deciden dejar de venderle a un traficante mexicano su producto, una píldora en base a cannabis de la cual Harold (Oyelowo) es el único que tiene la fórmula. Pero cuando en México Harold se entera de que sus socios planean apartarlo del negocio, decide planear su propio secuestro para pedir un rescate y quedarse con ese dinero a modo de indemnización. Por supuesto nada será tan fácil, sobre todo cuando el secuestro se materialice y aparezcan nuevos jugadores, como la pareja de Sunny (Seyfried) y Miles (Harry Treadaway) que un poco por azar y otro por torpeza se ven involucrados en el rapto del hombre que tiene el dato más cotizado. Y sumando a eso la entrada de Mitch (Copley), el hermano mercenario de Richard, cuyo encargo será el de negociar la liberación de Harold, o en su defecto, su muerte.
Lo bueno y apreciable de todo esto es que hay un grado importante de imprevisibilidad. No todo sucede como se espera aunque sí encause para un final convencional. El disparate está a la orden del día y el pretendido momento de angustia de ciertos personajes a los que se plantea como de hielo (por caso el de Theron) no alcanzan para arruinar la fiesta de situaciones incómodas o de peligro que logra verse real.
Con respecto al título que elegí para la nota, no deja de ser tendencioso porque llegado el caso los delincuentes son todos los implicados en ese negocio y el menos malo de todos, es este gringo negro bonachón que vuelve a ser la víctima. Porque el progresismo hollywoodense llegó para quedarse a pesar del humor políticamente incorrecto, ¿o qué creían, gringos?