Aventura espacial sin alto vuelo
"Cualquier transgresión se paga con la muerte", expresará después de resolver su primera aventura Peter Quill (Chris Pratt), protagonista estrella de Guardianes de la Galaxia Vol. 2, la sobreanunciada secuela de la historia de superhéroes intergalácticos que hace unos años lanzaron Marvel Studios y Walt Disney Pictures, a partir de la reescritura de un cómic de fines de los sesenta.
Una expresión que si bien podría querer anunciar una advertencia simbólica de lo que sucederá luego en el film -procedimiento habitual en este tipo de películas, como si fuera la única forma posible de contarles a los jóvenes alguna cuestión de relevancia-, también podría manifestar secretamente su intención de no desmarcarse de las fórmulas consagradas que rigen el género cinematográfico al cual suscribe -cuya referencia obvia e inmediata en este caso es el que comenzó, allá lejos y hace tiempo, George Lucas- y, especialmente, de los elementos narrativos que caracterizaron con eficacia la primera entrega de la saga.
En ningún momento la película, coescrita y dirigida por el director James Gunn, osará quebrantar aquello que funcionó en el pasado. El riesgo no sería menor para la Industria: perder la certeza de un éxito asegurado.
Una nueva misión convocará al heterogéneo grupo de guardianes encabezados por Quill, Gamora (Zoe Saldana), Drax (Dave Bautista) y dos simpáticas criaturas virtuales: el renegado mapache Rocket Raccoon (en voz de Bradley Cooper) y el adorable arbolito Groot (en voz de Vin Diesel). Misión que será resuelta sin demasiadas dificultades pero que conducirá al protagonista, a partir de una emboscada y un aterrizaje forzoso en planeta desconocido, a enfrentarse con su propio pasado y conocer así su verdadera identidad. Quill conocerá a Ego (Kurt Russell), su propio padre –ausente en la primera entrega-, propietario celestial de un planeta sereno y sublime, pero que esconde un plan siniestro y, como señala su trillado nombre, narcisista. Ni bien el film comience, mediante un flashback el espectador será prevenido acerca del fundamento narrativo del film: a principios de los ochenta en Missouri, un extraño hombre –un “hombre del espacio”- conquistará a una mujer y provocará así la genealogía excepcional del protagonista, quien se encontrará de pronto afectado por un dilema familiar que amenazará la subsistencia misma del universo.
El film de Gunn alternará entre el tiempo de la acción –con algunas escenas bien logradas- y el tiempo de la reflexión, la transmisión franca del mensaje orientado a un público juvenil sin pretensiones: el exordio a la amistad contra el egoísmo malviviente. Cada personaje tendrá sus minutos de redención emocional. Aparecerán, con mayor énfasis esta vez, las características que definieron la primera parte. Las continuas referencias a la tan revisitada década de los ochenta, siempre a partir del rumor de la nostalgia y no de su revisión crítica. Principalmente, a sus canciones populares.
Otras referencias de esa época salpicarán la película (la aparición de un Pac-man gigante, la alusión a la célebre serie estadounidense Cheers, la mención a David Hasselhoff como ídolo imaginario del protagonista). Como todo blockbuster de alto vuelo, se podrá apreciar además el desfile de grandes figuras del star-system norteamericano (con la presencia insoslayable de S. Stallone). El humor que determinaba el film anterior y que ofrecía momentos amables por su propensión autoparódica, ahora aparecerá exacerbado. Se escucharán muchos chistes. Cada comentario tendrá que lidiar con su reverso socarrón.
Guardianes de la Galaxia vol. 2 resultará así una película sin sorpresas ni demasiado interés. Eso sí: exhibirá notablemente un dispositivo que continúa funcionando a la perfección en cuanto a su propósito esencial: entretener y, de esa manera, seguir expandiendo su influencia sobre nuestra mirada.