Tres años después de su sorpresivo éxito comercial llega la esperada e inevitable secuela de las aventuras de esta galería paralela de personajes del universo Marvel. La película repite de manera menos orgánica y convincente los códigos –el humor, la estética, la música– que hicieron funcionar al primer filme y no logra capturar su (relativa) originalidad.
No deja de ser valorable que Marvel, en medio de un sistema de estrenos interconectados y en fases cuidadosamente calculadas, haya armado en paralelo –hasta cierto punto, ya que todo finalmente se conecta– un universo como el de GUARDIANES DE LA GALAXIA que parece manejarse con diferentes códigos y reglas. El problema es que estos nuevos códigos, si bien sirven para generar filmes de atmósfera, escenarios y tono distinto a los otros, no hacen demasiado para convertirlos en mejores productos. ¿Son distintos a THE AVENGERS? Sí, tal vez lo sean, aunque no demasiado. ¿Son mejores? No necesariamente.
Con el segundo filme queda más que claro que todo lo que Marvel toca y hace funcionar, rápidamente lo convierte en sistema. Y en marketing. Y en fórmula. Así, los one-liners, las bromas, la música chiclosa de los ’70 y demás puntos que distinguían a la película original hoy se han vuelto parte forzada de un sistema y no al revés. De vuelta, no son ni los personajes ni la historia los que conducen la película, sino que el procedimiento –el sistema, los requerimientos del producto– los lleva hacia donde hace falta según cuidadosos cálculos. Y esa falta de libertad la aprisiona.
Es así que GUARDIANES DE LA GALAXIA VOL.2 intenta repetir el tono zumbón de la primera parte y, tomando del manual de STAR WARS, generar una segunda un tanto más densa, seria y, a la vez, centrada en problemas familiares irresueltos, especialmente los ligados a la paternidad. No, Darth Vader no tiene una aparición especial para decir su célebre frase de EL IMPERIO CONTRAATACA, pero si el padre del protagonista se llama Ego no hay muchas dudas que las cosas correrán por caminos similares.
Manteniendo al mismo director (James Gunn) y equipo, la película logra mantener una continuidad estilística con la primera parte. Lo que no logra es volvernos a sorprender. Cada one-liner, cada broma, cada olvidada canción de los ’70 o referencia televisiva de entonces que funcionó con el público en la primera película vuelve aquí duplicada, triplicada, anunciándose con bombos y platillos. Y la película se vuelve obvia y previsible. A la décima escena musicalizada de forma un tanto bizarra uno ya está extrañando un score convencional de película de superhéroes, ciencia ficción o space opera, que es el subgénero que mejor le cabe a esta saga. Y ni hablar de un John Williams…
A esa reiteración –que por momentos funciona, ya que por más anunciadas que estén muchas de las bromas verbales y visuales son buenas– se le suma un problema claramente narrativo: durante gran parte de su metraje, exceptuando tres escenas de acción bastante bien realizadas (especialmente la primera), la película entra en una meseta de la que no logra salir ni a fuerza de chistes sobre Heather Locklear (búsquenla en Google) ni temas de Cheap Trick o la Electric Light Orchestra.
El eje dramático del filme pasa por la relación entre Peter Quill/Star Lord (Chris Pratt, con su carisma de “pibe de barrio”) y su padre Ego (Kurt Russell, impecable como siempre) con quien se reencuentra en el planeta que el poderoso hombre construyó (un escenario que parece un montaje de tapas de discos de Yes). El padre primero lo convencerá con su carisma pero luego veremos que lo que planea por detrás de ese mundo apacible y de apariencia pacífico es un poco más tenebroso y macabro. Pero para que eso suceda la película se pierde bastante en un estático y anodino pantano. Bueno, casi como un tema de rock progresivo de esos que duran 25 minutos…
Para salir de ahí Gunn confía en la honestidad brutal de Drax (Dave Bautista, el más gracioso y efectivo de los Guardianes), la acidez de Rocket (con la voz de Bradley Cooper), el monochiste de Baby Groot (Vin Diesel) y la tensión romántica un tanto blanda entre el propio Peter y Gamora (Zoe Saldana). Ella, a su vez, tiene problemas familiares con su medio hermana Nebula. Y, en lo que tal vez sea lo mejor de la película, están los caóticos y violentos Ravagers, con sus problemas y conflictos (internos y externos), entre los que se destaca la figura rebelde de Yondu (Michael Rooker) y entre los que podrán ver, en algo que no supera una aparición especial, a Sylvester Stallone, quien seguramente tendrá una participación mayor en la tercera parte.
Hay también otros enemigos (desde criaturas gigantescas a un planeta de diosas rubias que atacan via hologramas o algo similar) y personajes (Mantis, la asistente de Ego, con sus antenitas, es la más memorable), pero la película no consigue salirse de las limitaciones de su sistema, de su casi televisivo formato de bromas punzantes a las que solo les faltan las risas grabadas y referencias constantes, que van de personajes de la sitcom “Cheers” a David Haselhoff pasando por el Pac-Man, a las ya citadas canciones y productos varios, todas de una época que para el público de la franquicia es algo así como la prehistoria. Pero el chiste se empieza a morder su propia cola y, como la película, sigue y sigue y sigue girando la mayor parte de las veces en falso, enamorado de sus propias ocurrencias. Que le dan gracia por un rato pero no consiguen armar una película a su alrededor.