Rec y Play
Cuando salí del cine de ver la primera parte de Guardianes de la Galaxia mi auto ya no estaba. Fue un día muy, muy triste. Luego de aquella vez nunca más volví a ver a mi querido Renault 9 gris. Aunque sé que no llovía, imagino que esa noche debía de llover mucho. El estado de ánimo transforma la percepción y empieza a deformar la memoria. Así que mi recuerdo sobre la película siempre lo divisé a través de un filtro de dolor y oscuridad. Recién cuando la volví a ver pude disfrutar algunos momentos fascinantes. El inicio es decididamente emotivo. El héroe espacial que luego entra en acción y salva la galaxia, de niño no se anima a saludar a su mamá moribunda y escapa corriendo. Ese chico rechaza despedirse por última vez de su madre aunque sigue recordándola siempre ya que antes le había regalado lo más preciado del mundo: un Walkman para escuchar sus canciones ochentosas favoritas. Para los jovenzuelos, un Walkman es el primer dispositivo portátil para escuchar música. En casete de cinta magnética, por supuesto. Lo dicho, lo más preciado del mundo. Entonces el héroe, ya grande y ahora denominado Star-Lord, combate monstruos malignos intergalácticos con armas sofisticadas mientras escucha rock de los ‘80 con una tecnología de los ’80.
Sucede que en esta segunda parte, siempre junto a los otros guardianes, Star-Lord se encuentra con su verdadero padre. Pero ya la emoción no es la misma. Aquí se topa caprichosamente con él, y en realidad sin añorarlo. Descubre que su papá quiere conquistar el universo así que, de paso, deben combatir contra él. Además del desencuentro padre-hijo, existen otras historias supuestamente emotivas que en realidad nunca se alcanzan a desarrollar. Una extraterrestre intenta amigarse con la hermana que intentó asesinar, un mapachecito le encuentra el verdadero valor a la amistad y otro extraterrestre injustificadamente reclama un amor paternal sobre Star-Lord. Lo cierto es que parece difícil empatizar con estas otras tramas que nunca se muestran y solo se dan a entender en diálogos obvios y chatos.
Lo peor es que hacia el final a Star-Lord le rompen el Walkman y lo solucionan regalándole un moderno reproductor de mp3. Casi como una metáfora de la decisión de dejar de lado lo más emotivo y particular de la saga. Parece ya no haber lugar para la nostalgia por un viejo walkman o un auto usado. Si, al fin y al cabo, sólo con explosiones y efectos especiales despersonalizados las secuelas estarán aseguradas en taquilla. Así perdemos todos.