That unspoken thing
Me cuesta no pensar a las películas de Marvel como un gran objeto único. No solo por el elemento narrativo que las hace suceder todas en el mismo universo, sino porque desde el mismo estudio promueven esta mirada. El último capítulo de las Capitán América, por ejemplo, empieza con un prólogo cuyo remate es el logo de Marvel Studios y no el título de la película (que no aparece hasta el final). O sea, antes que una película de Capitán América estamos viendo una película de Marvel. Esta línea me hace pensar que existen, a grandes rasgos, dos tipos de películas del MCU. Por un lado, las películas de Marvel y, por el otro, las películas de Jon Favreau, las de Shane Black, las de Joss Whedon y las de James Gunn. Hay un tercer grupo, quizás, que es una especie de híbrido fallido (llamémosle a este tercer grupo “Thor“). En el primer grupo están las mejores películas, las que tienen, a falta de otro concepto más preciso, ideas. Hay una idea muy clara en Guardianes de la galaxia, tanto en la primera como en la segunda. Hay una dirección precisa hacia dónde apunta el desarrollo de la historia y de los personajes. No estoy hablando solamente de que el guion sea prolijo (y, de hecho, el guion de Vol. 2 es un poco –apenas– más vago que el primero, menos pulido), sino de algo concretamente cinematográfico. James Gunn maneja el universo de Guardianes no como la adaptación de otra cosa, sino como algo absolutamente propio. Ese dominio es el que hace que los chistes funcionen siempre, desde los momentos más ligeros hasta el cameo de Hasselhoff en un momento dramático extremo. Este dominio, lo que hace que Vol. 2, junto con su antecesora, pertenezca a aquel primer grupo, se ve en todos los aspectos de de la película. Desde el color (¡cuánto color!), los movimientos de cámara, los sonidos, hasta el tono. Todas las películas de Marvel tienen una buena cuota de humor, pero ese humor no es siempre igual. No es lo mismo un chiste de Iron Man 3 que uno de Los vengadores. Y, claro, no es lo mismo un chiste de Guardianes que un chiste en cualquier otra película. Guardianes de la galaxia es una película con identidad propia, con nombre y apellido.
Una vez que la acción se detona hay dos líneas narrativas en Vol 2. La principal, a priori, es la de Peter Quill y Ego. La que sucede paralelamente es la de Yondu y Rocket. La belleza de la película está sintetizada en el último plano (el último antes de las cinco escenas poscréditos, al menos). Rocket, que había robado baterías que no necesitaba, que causó la destrucción de la nave y que era constantemente hostil hacia sus compañeros, ve el funeral de Yondu con los ojos vidriosos. A lo largo de la película se habla de la paternidad, de la familia, de la pertenencia, pero la línea que verdaderamente trata de eso es la de Rocket. Kurt Russell es una excusa para explorar el trasfondo real de esos personajes que Gunn adoptó como suyos y a quienes conoce y desarrolla como si fueran sus propias creaciones. Aunque, en realidad, lo son. Eso es lo que lo convierte en un autor. Es admirable, incluso, si al hacer eso la película se olvida un poco de armar una estructura más firme, incluso a pesar de algún que otro momento sobreexpositivo. La secuencia de títulos inicial es una declaración de principios y el dato, a priori anecdótico, de que sea el mismo Gunn el que realizó el motion capture para el baile de Baby Groot, no puede sino realzar esa declaración como una firma. Este es mi mundo, estos son mis personajes y los amo. Qué suerte tenemos nosotros de que Gunn, además de amar a sus personajes, sepa filmar.